2. Como se desarrolla en la iglesia la indiferencia a lo político
Hace mucho, leí que los norteamericanos tienen una actitud cívica ante la religión y que los latinoamericanos tenemos una actitud religiosa ante lo cívico. Dicho de otro modo, para los norteamericanos, todo tiene potencial patriótico, mientras nosotros los latinoamericanos espiritualizamos todas las cosas. Por ejemplo, a los cristianos de Estados Unidos se les oyó hablar del canal de Panamá; hoy hablan de su sistema de defensa contra el terrorismo, de los misiles o de las elecciones desde una perspectiva cristiano-nacional.
Los americanos, tienen como pueblo un sentido de misión universal. Son los alguaciles internacionales que vigilan la ley y el orden. Se ilustra eso por ejemplo con la doctrina Monroe de los norteamericanos de 1823. Esta decía que EEUU no toleraría la intromisión de un país Europeo en el continente Latinoamericano sino la consideraba como amenaza directa a sus dominios. Pero lo realmente interesante es que sobre esto los religiosos conservadores, tienen una explicación teológica. Su observación es sencilla, ¿cómo vamos a llevar a cabo la predicación del evangelio y la misión de la iglesia en condiciones opuestas a nuestra política.
La pregunta que nos surge es ¿por qué piensan los norteamericanos así? ¿De donde les viene esta mezcla de realismo político y destino manifiesto? Aquí ofrecemos la siguiente hipótesis, como respuesta. Recordemos que los puritanos emigraron a América, por la persecución religiosa en su contra. Su migración tenía móviles muy políticos y a la vez muy religiosos. Huían de la opresión de Inglaterra que trataba de convertirlos en anglicanos. Esa experiencia de persecución sembró cierta sospecha continua, casi atávica, de la religión hacia lo político. Les hizo sospechar de todas las expresiones de poder. Es más, les llevó a crear su propia expresión política, una ideología racional y de fe en el progreso. A esa ideología se le conoce como el sentido común escocés. Esta es la forma en que los norteamericanos contextualizaron la Reforma europea.
Siendo su mundo político parte de su mundo religioso, los americanos siempre se sintieron en casa con su ideología, con su entorno cultural y con su realidad o experiencia diaria. Al fin de cuentas, la realidad política era de su propia creación. Por todo esto, es generalmente congruente que la posición ideológica del norteamericano coincidiera con la teológica en política, cultura y economía. Esto es lo que sucede en el norte.
En cambio en América Latina, la situación es diferente. Tanto católicos como evangélicos vinieron apoyados por el poder político. Por eso, las Iglesias Católica y Protestante, surgieron sin proyectar ninguna sospecha política. Es decir, no se quiso nunca cuestionar los poderes del mundo sino los poderes espirituales. La misión no se proponía reformar o cuestionar instituciones del aquí y del ahora sino rescatar espíritus o almas para llevarlas al mas allá. Esta visión no se preguntó si era relevante o necesario asumir alguna postura en torno al poder temporal. Contrario a la experiencia americana, aquí se divorció lo teológico de lo ideológico. O sea, nunca se resolvió la tensión entre la fe y la práctica.
Esto tiene grandes implicaciones. Por ejemplo, en el tema del trabajo, un asunto tan fundamental para el desarrollo, la Iglesia había adoptado la idea de Tomás de Aquino. Para Tomas de Aquino, todo trabajo que se realiza para acumular ganancias, es inmoral. En ese modelo de sociedad ‘moralista’ o ‘solidaria’, el trabajo no es la clave para la generación de la riqueza. El trabajo no se entiende ni se practica como una actividad eminentemente productiva. Por tanto, la riqueza es un haber, una acumulación dudosa, un objeto exterior al hombre y no algo que nace en el trabajo del hombre y solo con él.
Por eso, para los latinoamericanos, en la educación cristiana y la educación teológica, sea de sacerdotes españoles o europeos, de misioneros norteamericanos o de cristianos locales, nunca supimos como interpretar de manera realista los vicios y fortalezas de esta cultura. Tampoco hemos sabido qué decir de nuestro mundo político. Nos sentimos alejados del mundo político por no haberlo creado nosotros, por tanto, tampoco es parte de nuestra misión. Ni siquiera creemos que las perversiones políticas, que producen pobreza y miseria tengan implicaciones teológicas; por lo mismo, tampoco creemos que sea necesario tener una propuesta para transformar ese estado de cosas.
La conclusión de esto es que cuando la Iglesia ha gozado de cierta protección por parte del Estado, su influencia o preocupación por la transformación social o política es casi nula. Por ejemplo, la protección que tuvo Lutero de parte de los príncipes nos explica el poco impacto social que tuvo el luteranismo. En cambio, la oposición política al calvinismo o al puritanismo, les movió a tener mas impacto que el luteranismo. Así, mientras los norteamericanos crearon un mundo político, con una agenda de realismo político, y con un destino manifiesto, los protestantes latinoamericanos no acabamos de entender ni siquiera la perversión de nuestro mundo político. (siga abajo…)
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