viernes, 5 de junio de 2009

La Biblia y la necesidad de reformar nuestro país

Cuando las cosas salen mal todos buscamos a Dios. Especialmente los que decimos conocerlo. Israel pasaba por ciclos de desobediencia, opresión, arrepentimiento y liberación según el libro de Jueces. Pero ¿qué caracterizaba realmente al pueblo en esa época? “Cada quien hacia lo que bien le parecía”, es decir, en el pueblo cada quien actuaba según sus intereses y no según la ley de Dios. Me temo que Guatemala esta por el estilo.

No cabe duda que orar es una actividad central en la vida espiritual. Pero es el centro de otros círculos concéntricos. ¿Cuáles son esos círculos concéntricos en torno a la oración? En el espíritu de la ley, creo que hay una ética bíblica que no hemos ni siquiera empezado a definar. Hemos fallado en las implicaciones más prácticas de la responsabilidad. El amor al prójimo es respeto a su tiempo, por tanto la puntualidad debería ser una virtud cristiana. Ese mismo amor es respeto a la propiedad, por tanto en las iglesias no se pueden perder Biblias, sombrillas o carteras; el trabajo esforzado y honrar las deudas es parte de ello, y así, hay mucho más.

La insistencia de los profetas es que el juicio debe hacernos pensar. El primer paso no es apretar el “botón” que nos coloca en “modo” o “función” religiosa. La insistencia de Dios es que el no quiere el botón. El busca la reforma de nuestra vida: La justicia, la verdad, el amor y la compasión son elementos centrales de la vida “espiritual”. Poca piedad hay en una espiritualidad que no toma en cuenta esas cosas. Esto, entonces, nos pide cambiar de enfoque.

El infinito valor de la persona humana. Es un aspecto central que hemos pasado por alto en la enseñanza de la Iglesia. La predicación de la infinita dignidad del ser humano tiene giros muy puntuales en la ética bíblica: responsabilidad, diligencia, mérito, honradez, honor.

Sacar la Iglesia a la calle. El marco de la vida es creación, mandato cultural, reposo y redención en el cual se requiere del amor, la justicia, la verdad y la santidad. Ese es el punto de partida para hablar de espiritualidad al mundo, un mundo que no vive en la Iglesia, sino en sociedad.

Influir en las instituciones. Dijo un pastor: “No se ha llevado a Dios ni siquiera al hogar, menos al trabajo”. El pueblo de Dios esta sin dirección y le hemos quitado a Dios el derecho de gobernar al Estado y a sus instituciones. Decidimos el camino a elegir como personas, y con ello sellamos nuestra ruta a la obediencia y bendición o a la desobediencia y al juicio.

Reconstruir el Estado. Dios dio a los hombres, aun en Israel, la posibilidad de escoger si caminarían según sus mandatos o no (Ex.19). La impresión que esto nos da es que hoy podemos escoger qué gobierno, qué reglas, qué sistema nos habrá de guiar como nación. Es preciso prepararnos para refundar el Estado nacional en torno a criterios diferentes.

Subir la marca hacia la excelencia. De la misma manera que decimos que “evangelizar es darle a cada persona la oportunidad de rechazar o creer en Jesucristo de manera individual”; de igual modo, a nivel nacional debemos subirnos la marca: diremos que si el evangelio no ha tocado las instituciones del país y las actitudes de su gente, esa nación no ha sido aun tocada por el evangelio. Es menester que cada creyente entienda su responsabilidad. Eso requiere transformar todos nuestros programas, eclesiásticos, evangelísticos, pastorales y teológicos en función de la responsabilidad ética del reino de Dios. Cuánto trabajo nos queda aun por hacer.

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