Para Pablo, no hay duda que Dios juzgará a los hombres, por Jesucristo, conforme a su evangelio (Ro.2:16). De modo que las naciones enfrentaran a Jesús, como Juez y Rey, bajo este principio. Entonces, muchos acudirán a la bitácora religiosa (Mt.7:21). ¿No profetizamos, echamos fuera demonios, e hicimos muchos milagros en tu nombre? (Mt.7:22). Tres veces le repiten “en tu nombre”, extorsionando al señor: “Si tú lo permitiste, es que tu estabas de acuerdo”. El rechaza la memoria religiosa, para poner por encima de ella, la voluntad del padre, indicando con claridad que sin ética, no hay paraíso.
¿Se construye el proyecto de la vida (Mt.7:24-27) sobre la voluntad de Dios y el evangelio o sobre la religiosidad de fariseos (Mt.5:18-20)? El profeta lo pone claro: “La piedad vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece” (Os.6:4).
El infinito valor del ser humano es central en la piedad bíblica. “No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano” (Is.58:6-7).
La “aretes” o virtud helénica insistía en la interiorización de características que le destacan a uno por encima de los demás. Una versión de gladiador o guerrero espartano, que triunfa sobre “el miedo”, el “placer”, “el deseo”, y “la tristeza”. El Sermón del Monte insiste en la interiorización de otro principio, el del amor, el verdadero termómetro de la justicia divina (Mt.5:20). El reino de Dios no consiste en gladiadores sino en un pueblo que ama. Vea estos textos sobre el amor al prójimo. “El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo” (1Jn.2:9, 10; 3:10-12; 3:15-18).
El reino de Dios no se hace de gladiadores o guerreros sino de un pueblo que sirve. El maestro lo puso en términos sencillos: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero será vuestro siervo (Mt.20:26-27). La vida no consisten en vencer a los “gigantes del alma” sino en hacer el bien y servir al prójimo (Am.5:14). El amor sirve a los demás.
Cuando Dios habla de los verdaderos adoradores, insiste en la práctica: “anda en integridad”, “hace justicia”, “habla verdad”, “no calumnia”, “ni hace mal a su prójimo” (Sa.15; Is. 33:15-16 “Guardad derecho, y haced justicia” (Is.56:1-2); el dice:”aborreced el mal, y amad el bien, y estableced la justicia en juicio” (Am.5:15). No son los cultos almidonados de lo que Dios se agrada, sino “solamente hacer justicia, y amar misericordia” (Mi.6:6-8). Cuando se le encarga al ser humano, la justicia que Dios le exige es jurídica, salvífica y ética.
Muchos sienten incomodidad frente a estas observaciones. Como en el antiguo Israel es mas fácil mandar “a los profetas diciendo: No profeticéis” (Am.2:12). “Ellos aborrecieron al reprensor en la puerta de la ciudad, y al que hablaba lo recto abominaron” (Am.5:10). Pero este es el termómetro con que Dios mide a una nación. No esperemos salir aprobados si otros pueblos ayer recibieron juicio por fallar precisamente en esto. Tampoco es líder quien cultiva las virtudes de gladiadores, en donde los cristianos, en efecto, viven como guerreros, según la ley de la jungla, arrebatando, mintiendo, pleiteando, jurando en vano y viviendo de vanidades.
Esas matonerías, sean ministeriales, empresariales o personales no representan el reino de Dios ni su justicia (Mt.6:33). La predicación virulenta del éxito, que asalta Iglesias y conciencias, se parece mas a una sesión con Donald Trump, que al discipulado de Jesús. Si la Iglesia no practica el amor, tendrá éxito, hará cultos, hará señales y maravillas, pero, ¿cuándo empezará a hacer la voluntad de Dios? Ese es el termómetro con el cual Dios mide a la Iglesia y a la nación, porque sin ética, no hay paraíso
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