En Hechos 12 la Iglesia enfrenta oposición. Sufre, en manos de Herodes, la muerte de Santiago, el hermano de Juan, uno de sus líderes importantes. Como Herodes vio que con estas medidas se congraciaba con los judíos, encarceló a Pedro. Pensando nuevas truhanerías contra la Iglesia se presentó al pueblo, con hermosas vestiduras, para arengar. “Voz de Dios y no de hombre” le lisonjeaban. Ese cumplido le costó la vida. Dios no toleró su altanería y murió ahí mismo.
¿Por qué sufre la Iglesia sin aparente razón? ¿Por qué usa Dios a los hombres malvados, como Herores, para llamar la atención a su pueblo? Habacuc discutió eso con Dios, pero la respuesta que Dios le dio no fue de su agrado. Ciro es instrumento escogido de Dios, y lo son también Babilonia, Egipto y Asiria. ¿Por qué permite Dios que los paganos castiguen a su pueblo? ¿Cómo puede Dios usar vasijas tan inadecuadas? Lutero llamó a eso “la mano zurda de Dios”.
¿Qué tiene el sufrimiento que logra en las personas lo que la gracia no consigue? Pablo en 2 Corintios describe sus azotes, cárceles y persecuciones, viendo en el sufrimiento precisamente la gracia de Dios. Ahí afirma su autoridad apostólica a partir de sus sufrimientos. 1 Pedro habla del sufrimiento de las Iglesias como crisol de la fe y la santidad, con Cristo como modelo de servicio y sufrimiento. Ejemplos estos de como repensar el dolor en funciòn de la gracia, la fe y nuestra misión en el mundo.
La Iglesia ha sufrido siempre. El sufrimiento es una oportunidad para hablar del propósito de Dios, de su llamado y de nuestra tarea o misión en este mundo. La Iglesia en Guatemala Sufre persecución porque ella ha hecho muy poco para cambiar al ser humano. Creemos haberles dado el cielo después de la muerte, pero no hay suficientes evidencias de haberlo hecho porque “por sus frutos los conoceréis”. Además, poco nos ha importado que antes de ese cielo, la gente viva un verdadero infierno aquí en la tierra. Encantados con la religiosidad, no terminamos de entender nuestro papel en el país que Dios nos ha dado para administrar.
Las autoridades se burlan de la Iglesia; las leyes la oprimen; los delincuentes la persiguen; los templos son objetos de robo; los instrumentos y equipo electrónico son el tesoro mas codiciado; y, a veces, son las Iglesias puntos aptos para robar. Los creyentes mismos, o “visitas regulares”, toman Biblias, paraguas y cualquier objeto mal parado.
Un secuestrador confesó a una creyente secuestrada, por su banda, que el también era hermano, igual que ella, al verla que oraba en manos de sus captores, “pero como sabe, la situación esta tan difícil”, se excusaba. Una consejera contó que en un “encuentro o retiro” para líderes, una de las señoritas sustrajo su fino reloj en un descuido de ella. Y la lista sobre la falta de comprensión de lo mas básico de la etica cristiana y del amor al prójimo podría continuar. Obviamente, nuestra religiosidad entretiene y distrae pero no nos cambia.
¿No es tiempo de hacer un alto en el camino para pensar qué estamos haciendo? ¿A dónde va la Iglesia? ¿No es el sufrimiento una oportunidad para repensar nuestra relación con la pobreza, la delincuencia, la violencia y el Gobierno? ¿No es hora de pensar cívicamente nuestra fe? ¿No hemos tenido ya suficientes de pensar religiosamente nuestro país? ¿No basta ya de decir que estamos mal porque es la voluntad de Dios, en vez de oír en estos trágicos eventos su voz, llamándonos al arrepentimiento y a la acción? Quizá el sufrimiento sea el único mensaje que queda del señor para un pueblo que no escucha. Esa fue la única alternativa que quedó para Israel en el siglo I, cuando el liderazgo era el principal valladar para el arrepentimiento. Por eso llegó Tito, en el año 70 D.C., a un impenitente Israel.