La Biblia menciona la ley en el jardín del Edén. Está en la cápsula de Génesis 2:17 “Mas del árbol de la ciencia de bien y del mal, no comerás”. Violar esta ley equivalía a una rebelión del hombre contra Dios. Por eso, el resultado tan severo “ciertamente morirás”. La primera gran rebelión de la humanidad implicó poner en duda todo el sistema que Dios le proponía para vivir. Esa es la idea de un golpe de Estado.
El contragolpe de Dios, fue derrotar las aspiraciones del hombre de “ser como Dios” y sujetarlo de ahora en adelante a un nuevo régimen (Gn.3:1-19). Ahora entra en vigencia el castigo de Dios a la mala elección y el premio a sus buenas escogencias, con base en la fe. En Éxodo 19, Dios da a su pueblo, la posibilidad de escoger o no su ley. El pueblo podía aceptar o no hacer un nuevo pacto con Dios. Al aceptarlo perfeccionan su compromiso con el. Éxodo 20:1-17, los “Diez mandamientos”, son el resumen inicial de ese compromiso. De ahora en adelante serían juzgados por actuar con fe, con base en esa ley.
Fue Israel quien dio un segundo golpe de Estado a Dios. El pueblo decidió tener un rey que no se sometiera a Dios (Dt.17:14-20). Quería un rey como las otras naciones. Eso era un rechazo al gobierno de Dios (1 S. 8:7). Equivalía a una rebelión contra Dios y a la ruptura del pacto.
Esa mala elección del pueblo, puso sobre ellos reyes que “hicieron lo malo a los ojos de Dios” y sedujeron al pueblo a “seguir dioses extraños”. Con ello se perdía algo más importante: el amor a Dios y el amor al prójimo, las ideas fundamentales de toda la ley.
El modelo político social más importante que propuso el Antiguo Testamento fue, precisamente, el infinito valor de la persona humana, contenido en la ley. La ley protegía al hombre, a la mujer, a la familia y daba responsabilidades a cada uno. Es una ley que da libertad para hacer y, por otro lado, obliga al amor.
Algunos prefieren pensar que el modelo político del A. T. es la monarquía, porque Dios es rey: Yahweh reina. Pero el poder de Dios siempre se manifiesta en hesed, misericordia y gracia. El poder no es un fin en si mismo, el amor es el fin. El rey convierte esa explicación en ley y resulta imposible separar el reino de Dios de su ley de amor.
El rey David tuvo un hijo, Absalón, su tercer hijo (2 S.3:3) quien intentó destronar a su padre (2 S.15:1-12). Asesinado por Joab, capitán de David, Absalón fue llorado por su padre con gran desconsuelo (2. S. 18:9-17). David, hombre de guerra, ejemplificó a sus hijos un estilo guerrero y armado. Lo que David usó para “defender al pueblo de Dios y el nombre de Dios”, su hijo lo tomó como licencia para hacerse del poder. Absalón, faltó a la ley de Dios en más de un sentido. Traicionó el amor de su padre y se rebeló contra su autoridad como hijo y como súbdito.
La ley es lo que determina si hay rebelión o no en contra del sistema. El espíritu de la Constitución hondureña de 1982, repudia todo continuismo y reelección. Precisamente, lo que Manuel Zelaya, mañosamente, trataba de cambiar. Zelaya ponía en riesgo el espíritu de la Constitución, por eso, las instituciones hondureñas, asidas de la ley, tenían suficientes indicios para deponerlo. La lección es que las normas generales deben siempre estar por encima de las preferencias personales, una lección que el presidencialismo, casi siempre, ignora.
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