sábado, 21 de mayo de 2011

Yo fui el joven Juan Marcos…

Tenía quizá 17 años cuando Abel Jiatz, graduado del Instituto Bíblico Guatemalteco, me invitó a viajar con él por el occidente del país para “predicar”. Le agradecí mucho la invitación y pensé que habiendo tomado ya la decisión de estudiar teología esta oportunidad me ayudaría a entender un poco más la tarea a la que esperaba dedicarme. Me compre un libro de bosquejos, busque un libro de cómo hablar en publico, le pedía a Dios su ayuda y nos embarcamos en una “gira” de dos o tres semanas en la que se me ofrecía la oportunidad de predicar.
Fuimos a San Marcos, nos hospedamos en las pequeñas iglesias que se acercaban a la frontera con México y nos dedicamos a visitar pastores, congregaciones y familias. Yo observaba a Abel quien era un hombre joven, modesto y muy espiritual. Me advirtió que el predicaría los primeros días y luego me tocaría a mi. Yo estaba entre emocionado y atemorizado por la advertencia de Abel, pero estaba claro que debía al menos intentarlo, aun con la posibilidad de fracasar, que si bien no era una idea agradable, era peor descalificarme  sin haberlo intentado.
La tarde del día en que habría de predicar, leí el libro de bosquejos y seleccione uno. También ore reconociendo mucho temor frente a la tarea. Leí la Biblia como quien se prepara para hablar por largas horas y me atavié como si fuese un renombrado evangelista internacional. Salimos a la Iglesia, me senté perdido en algún punto en el espacio, y me fui hundiendo en la banca bajo el insoportable peso de no tener claro ni el mensaje, ni el pasaje, ni lo que decía el libro de bosquejos, ni siquiera tenía claro qué estaba haciendo ahí.
Abel dirigió los cantos y de repente, entre oraciones y alabanzas escuché mi nombre. Si, había llegado la ahora de “mi oportunidad de compartir” que tanta ilusión me despertara, y que se había convertido ahora en un temido momento. Me sudaban las manos, me temblaba el estomago y las piernas querían caminar en dirección lo mas lejano al púlpito. La voz que tenia bajo control, en ese momento deseaba no tenerla. Quizá hice una larga oración antes de empezar, seguro hice algún saludo que ahora no recuerdo y luego “empezó el mensaje”. Todas las ideas preparadas, todas las explicaciones pensadas y todos los versículos leídos, de los que iba a decir algo, fueron recorridos, probablemente, en menos de 10 minutos. De pronto descubrí, un poco tarde, en esa ocasión, que tras 10 minutos tenía muy poco o casi nada que decir. Diagnostico sencillo: “no poder, por no saber”
Terminar temprano, o parecer breve, es algo que a los oradores no se les achaca sino se les cuenta como virtud, pero yo no lo sabía. A la tarde siguiente, lleno de frustración, de pena y con un sentido profundo de fracaso, me regresé a la capital en contra de las recomendaciones de Abel. Yo no quería enfrentar esa experiencia de nuevo. Durante los próximos dos años, estudiando teología, mi ansiedad crecía porque, por diversas razones, avanzaba en la teología, pero no aprendía la quintaesencia del quehacer ministerial: la predicación. Tarde, creía yo, llegaba el curso de Predicación Expositiva II, a cargo del Dr. Oscar López. Pero, fue entonces que por primera vez creí que existía una manera de aprender a predicar y, descubrirlo, me quitó el complejo de Juan Marcos que tenía desde aquel frustrado viaje.
El profesor López presentó una metodología que parecía lógica, una organización hacedera, que prometía desarrollar la habilidad de manera concreta. Gracias a la amistosa conducción del profesor, mi interés en la homilética se convirtió en pasión por la preparación de sermones expositivos de la Biblia. Desarrollé la combinación de "una técnica" y "un arte", que distan se ser ejemplares, pero que reflejan el entusiasmo por la preparación y predicación de sermones expositivos. El Dr. Haddon W. Robinson, profesor del Dr. López, se convirtió, sin saberlo, en una inspiración y en tutor de un estudiante anónimo sobre este tema. Mi blog, “Predica punto blog”, surgió como un modesto aporte para todo aquel que, como éste Juan Marcos, por muchos años, pensó que predicar era una tarea imposible. SOLI DEO GLORIA!

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