sábado, 14 de noviembre de 2009

La Biblia y su mensaje II

En Jesucristo se encuentra el personaje central del Antiguo y Nuevo Testamento. El sistema sacrificial descrito en la ley prefigura la venida de Jesucristo; vendrá mas adelante un sacrificio final que viene a resolver el problema del pecado. El Mesías y la era de justicia y paz de los profetas también se refieren a él.

Esa promesa se hizo una persona: “yo soy el camino, la verdad y la vida” y esa verdad libera. Los cuatro evangelios revelan el paso por la tierra de un hombre cuya persona y poderes fantásticos apuntalaban una pretensión básica: la de llamarse hijo de Dios, que entre los judíos era blasfemia, significaba ser de la misma naturaleza de Dios. ¡Jesús dijo ser Dios encarnado! Había venido el sacrificio final anunciado en las Escrituras de antaño.

¿Qué lugar tienen las pruebas, los milagros, la persuasión y el intelecto? No se niega el valor de estos asuntos en la vida práctica. En ningún lugar se instruye a los cristianos iniciar una campaña de destrucción de la cultura, del conocimiento o de las normas técnicas o científicas en las que se funda la convivencia. Sin embargo, se dice con claridad que la relación con Dios no se funda en estos esfuerzos.

Afirma, por ejemplo, que los judíos, generalmente tenidos por incrédulos y duros de cerviz, buscan comprobar las cosas por medio de los milagros. De los griegos, incrédulos en otros sentidos, dice que buscan sabiduría. Esto no deja de ilustrar la manera en la que responde a Dios el hombre religioso y el hombre irreligioso en general. Con todo, en el primer siglo, los judíos y los griegos fueron los primeros en responder en grandes números a la predicación cristiana.

La Biblia expresa grandes verdades a través de figuras de lenguaje; sugiere una cosmovisión realista en la que la verdad es aquello que corresponde con la realidad, de ahí la posibilidad de distinguir la verdad de la mentira. ¿Y la realidad qué es y cómo se accede a ella? La Biblia tiene una concepción fenoménica de la realidad. Describimos las cosas como las vemos.

Es un conocimiento que no requiere haber tomado muchas decisiones teóricas acerca del mundo y sus leyes físicas. Sólo implica cierta confianza en los sentidos como la que usaría un artista para representar en una pintura lo que ve: los ángulos, la luz, los planos que ubican a las cosas y personas. Curiosamente, así hablamos, aún hoy en el Siglo XXI, fenoménicamente, cuando decimos que el sol se oculta o se levanta. No es una declaración científica, es lo que vemos.

La Biblia asume que el lenguaje es un vehículo adecuado para expresar analógicamente el conocimiento de la realidad. Es decir, las palabras no son ni contenedores exhaustivos de significado, ni recipientes agujereados que pierden todo significado. Son herramientas que enseñan, ilustran y acercan el significado sin esconderlo o desfigurarlo sino tratando de iluminarlo. En la producción de la Biblia, Dios y los hombres se conjugaron para hacer la selección de las palabras. No se trata de un dictado divino ni se reduce a mera reflexión humana; es inspiración divina que produce un libro teantrópico (divino humano).

Las figuras del lenguaje se interpretan según la clase de literatura que estamos estudiando; sea prosa, ley, sabiduría/hímnica, literatura profética, biografía o epístola. A cada género le corresponde un uso de ciertas figuras y giros idiomáticos que pueden encontrarse o no en otros géneros y a eso se atiene su interpretación. La interpretación literal nunca deja de ser literaria, es decir, que detrás de las figuras existe una realidad que busca describir.

La Biblia no demanda que el lector se case con la imagen medieval del mundo. La inamovilidad de la tierra, el geocentrismo y la cosmología griega no son parte de la enseñanza de la Biblia. No es tampoco una sintaxis celestial sin calor humano. Es una comunicación con una alta dosis de espontaneidad y realismo que atrae con la misma frescura al hombre de hoy, como lo hizo con el de ayer y el de antes de ayer. (Sigue abajo…)

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