sábado, 14 de noviembre de 2009

La Biblia y su mensaje I

La Biblia nos comunica su visión del mundo en un marco de eventos que sin disculpas asume históricos. Se trata de una sucesión de historias, en torno a docenas de personajes. Al leer su relato nos invita a hacer algún ajuste de cosmovisión, como el que requiere conocer algo acerca de los usos y costumbres de las civilizaciones de 2500 años A. de C. al año 100 D.C. en el mundo del cercano oriente y mediterráneo.

Dios, los ángeles y la intervención de Dios en la historia están presentes en sus páginas, pero a parte de eso no inventa mundos terrenales imaginarios, cosmogonías fantásticas, seres cuya naturaleza sea diferente a la humana o angélica, cuya variedad y descripción se base en formas de humanoides provenientes de mundos o inframundos imaginarios.

Se ha de notar que la Biblia no fue concebida en el marco del conocimiento científico. Quienes se han especializado en alguna área del saber científico y razonan dentro de ese particular mundo de ideas llegan a conclusiones muy acertadas acerca del movimiento, de la luz, de la medición de distancias, del cálculo de una infinidad de cosas y de la filosofía y lógica detrás de todas ellas. Pero ese marco de ideas es ajeno a la Biblia.

Tampoco se ocupa la Biblia del conocimiento de las “ciencias del espíritu”, como les llamó W. Dilthey. Hará observaciones aquí y allá sobre el intercambio, la psicología o el poder político pero como parte de un valor que desea subrayar o como parte de una historia que ilustra la buena o mala elección de un hombre o de un pueblo. De modo que los temas económicos, políticos, o psicológicos no son el eje central de la Biblia. Es obvio que si las ciencias naturales y las ciencias del espíritu humano fueran el centro de la forma de pensar y concebir la realidad bíblica, todos aquellos que no tienen esa formación quedarían excluidos de su mensaje.

Resulta incomodo para algunos que la Biblia tampoco privilegia el conocimiento específicamente filosófico: teorías del conocimiento, el papel de la razón, disquisiciones acerca del lugar y función de los sentidos, tampoco se elaboran en la Biblia. Ni siquiera se detalla una filosofía del lenguaje o se define una valoración de las distintas teorías de la verdad.

Se ha sugerido ya lo que la Biblia no hace, pero ¿qué es lo que si dice la Biblia? Los libros bíblicos en general tienen un argumento o hilo conductor que tratan de comunicar. Esas ideas desembocan en Dios. Dios es la primera y máxima realidad en el mundo de las relaciones entre seres humanos. Sean las vicisitudes del pueblo de Dios, la fe de algún personaje o la salud o decadencia de alguna institución, Dios es referente en esas circunstancias. Aun las visiones proféticas buscan enseñar una idea acerca de Dios.

Súmese a eso que a todos los autores les interesa afirmar un punto básico: proponer de forma singular el amor al ser humano que se traduce a respeto, de tal manera que el amor no permita dañar, usar o destruir a ser humano alguno.

El incentivo para ello es lo que se conoce como “el camino de la sabiduría”. Si sigues las reglas que Dios te propone para tratar al ser humano tendrás felicidad y salud en tus relaciones. Si haces lo opuesto tendrás dolor y tristeza como padre, esposo, pariente y prójimo en general.

El motivo central del egoísmo humano se explica a partir del pecado original. Una flagrante desobediencia antigua, cuya existencia resulta imposible negar, en tanto se evidencia en la tendencia de cada uno al abuso, ofensa y destrucción de las personas, nuestros prójimos.

Ese problema, Dios se propuso resolverlo instalando en cada ser humano la justicia que es por la fe. En un acto de gracia, Dios desviste al ser humano del traje de la injusticia y lo reviste de justicia. Cada vez que el hombre peca, Dios no tiene que salvarlo o vestirlo de nuevo, simplemente le recuerda que Dios ha resuelto el problema del pecado. El hombre decide aceptar ese regalo por la fe y enmendar su conducta que es “el andar por fe”. (Sigue abajo…)

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