Así oramos, dando gracias que podemos adorar con “toda” libertad. Yo creo que ha llegado el momento de revisar si eso es cierto o no. El Estado no siempre es respetuoso, la mayoría de veces es autoritario. La mayor parte de las veces no respeta ni protege al ser humano y no quiere rendir cuentas sobre ese crucial hecho. Por eso el Estado define la justicia a su manera. Justicia es lo que decide el legislador y la clase política. ¿Y el ser humano? Muy bien gracias…
El infinito valor de la persona humana, es el dato central, consignado en las Sagradas Escrituras. Primero, porque el hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios y nadie puede, ni siquiera en nombre de la ley, enseñorearse de el; segundo, Dios protege la vida humana; tercero, la Biblia afirma la igualdad de todos los hombres delante de Dios. Cuarto, las Escrituras enseñan que si Dios mismo ha dotado al hombre de libertad, aun de libertad para desobedecerle, ningún sistema o legislación puede conculcar esa libertad, la cual tiene como único limite, el respeto al derecho ajeno, a la moral y a Dios.
El Estado en sus diversas formas de gestión política, crea fueros especiales, estados de derecho, privilegios, a unos porque tienen el poder, a otros porque tienen el dinero y a otros por que no tienen ni una cosa ni la otra. En esa circunstancia, los hombres pierden la igualdad de todos ante Dios y la ley, condición original con la que fuimos investidos por el creador.
La cuestión es ¿por qué aceptamos los creyentes la definición de justicia del Estado? ¿Será que por eso no somos perseguidos? ¿Hemos aceptado que el Estado nos trate desigualmente a pesar de ser iguales? Mi tesis es que no somos perseguidos porque el Estado ya triunfó en sus valores e injusticias sobre nosotros.
Cuando los hombres aceptan tales fueros y privilegios, ya no se interesan por respetar los derechos del otro. Porque los derechos de todos son relativos. Las personas no son iguales ante la ley en tanto están sujetas a ser promovidas por una disposición política, a ser afectadas en sus bienes o personas por una nueva ley, o a ser denostadas por algún fallo fundado en privilegios.
Esta condición es un factor importante de destrucción de la ley y de las buenas costumbres. Cuando los derechos de todos son relativos nos convertimos en infractores habituales de las normas y de esos derechos. No hay, entonces, tribunales, ni fuerzas de seguridad suficientes, para controlar el desborde social producto de esa actitud. En la tradición Judeocristiana, las personas aprenden responsabilidad cuando se atienen a las consecuencias de sus actos. En donde los fueros y privilegios que vienen de la ley, han relativizado los derechos de todos, eso ya no es posible.
Los creyentes oramos “gracias porque tenemos libertad para adorarte”. ¿La tenemos? ¿Tenemos libertad de conciencia? Sospecho que no somos perseguidos por habernos rendido a lo que el Estado hace con el ser humano. Si nos hemos plegado a ello, consecuentemente no tenemos libertad de conciencia.
El Estado ha infectado a todos los habitantes de cierta insensibilidad jurídica, que equivale ni más ni menos que a la intromisión del Estado en el ámbito más sagrado del ser humano, el terreno de su conciencia, en el cual se ha depositado la infeliz semilla de la indiferencia moral frente al ser humano y sus derechos. Realmente, no tenemos libertad. ¿Hemos sido subyugados? Yo creo que definitivamente SI LO HEMOS SIDO, y por insensibilidad espiritual y jurídica (o moral), ni siquiera nos hemos dado cuenta.
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