La expresión “no apaguéis al espíritu” tiene un contexto amplio en 1 Tes. 5:12-24. Se haya lado a lado con otros 16 imperativos ocupando el número 12. Se trata de los deberes fraternales (v.12-15), por un lado hacia los lideres (v.12-13a) y por el otro, hacia todos (13b-15b). Luego vienen las exhortaciones a la vida renovadora (v.16-21) en donde la devoción y la palabra se reúnen. En ese contexto, la palabra apagar o extinguir se usa del fuego o de la luz, y en el primer siglo ambas formas de alumbrar se reducían al fuego (Mt.12:20). El contexto inmediato se refiere al lugar de la Palabra en la congregación.
Es seguro que cualquiera de los excesos censurados por Pablo o de las carestías señaladas en los mandamientos anteriores en los versos 12-21 puede, potencialmente, apagar al Espíritu. Pero de manera especial lo hace atar la palabra de Dios. Esta carta fue la primera que se escribió a mediados del primer siglo y las congregaciones no tenían Biblias completas para oír la voz de Dios. La costumbre de oír la predicación (profecía) era baja y los creyentes aprendían oyendo, por eso Pablo instruye que se lea el Antiguo Testamento (1 Ti. 4:13). En ese contexto, no esperar con hambre la instrucción de Dios era menospreciar la profecía. Dios quería que el Espíritu fuese soberano en la congregación y él nunca lo es más que cuando él habla a corazones abiertos a la exhortación y la enseñanza.
Ese sentido de apertura, de expectativa y de reconocimiento a la soberanía del Espíritu en la congregación es una marca de una iglesia dispuesta a renovarse, a transformarse y a crecer. Pablo les ha dicho que “el evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1:5). Estos receptores entusiastas de la palabra (1:6), se habían convertido en verdaderos transmisores al punto que según Pablo “nosotros no tenemos necesidad de hablar nada” (1:8). Pero ese había sido al inicio de la evangelización en Tesalónica.
Ahora quizá los líderes locales de la Iglesia habían iniciado una serie de reformas para corregir algunas ideas equivocadas. Cosas relativas a la conducta (4:1-12) y a la esperanza cristiana que habían producido desordenes y desconsuelo entre los creyentes (4:13-18). Es posible que, a partir de tales correcciones, los cristianos hubieran perdido la capacidad de oír con apertura a sus líderes locales. Pablo dice que afrontar la predicación, la acción del Espíritu y la soberanía de Dios en la congregación con indiferencia, definitivamente apaga el Espíritu.
1 Tesalonicenses 1 al 3 es un recordatorio de la emoción y vitalidad que caracterizó a la Iglesia que escuchaba con expectativa la palabra. Vea los cinco “porque” del capítulo 2; 1. Los tesalonicenses sabían del fruto de la visita apostólica (v. 1-2); 2. La palabra entregada vino de la mas diáfana expresión de la voluntad de Dios (v.3-4); 3. Pablo les manifestó un profundo afecto y ternura (v.5-8); 4. Su esfuerzo fue denodado al pastorearles (v. 9-13) 5. El resultado fue que la iglesia estuvo dispuesta aún a sufrir de los de su propia nación con tal de testificar. Pero ahora la actitud hacia la palabra había cambiado.
La Iglesia hoy debe aprender de todo esto. Primero, volviendo al proverbial primer amor, a la fe sencilla y a la esperanza vigente y abierta al señor. Segundo, mostrando el hambre por la palabra que los creyentes siempre debemos tener. Tercero, hacer las modificaciones de actitud, de conducta, de perspectiva y de esperanza que la enseñanza ordena. Cuarto, la obediencia es la única manera de mantener activo, alumbrado y encendido el fuego del Espíritu que Dios tiene para mi vida.