1. La escatología contiene tres componentes integradores: (1) La centralidad del gobierno o reino de Dios; (2) La doctrina de la creación como ámbito del gobierno de Dios; (3) La hermenéutica que desarrolla e integra varios hilos de la revelación, como son la gloria de Dios, las promesas y pactos, la restauración del hombre y de la creación, el juicio divino y la derrota final del mal, sin negar o mezclar el “cumplimiento”, o sin “enredar” los hilos conductores de las promesas de Dios. De modo que la escatología no puede afrontarse como un tema marginal sobre el que guardamos conveniente silencio para ser evocado solo en momentos oportunos. Es parte preponderante de la teología cristiana.
2. La muerte espiritual y muerte física, destacadas ya en Génesis 3, colocan la escatología personal en ese gran marco que recién describimos en donde la muerte, la obediencia y la vida están integradas como parte del gran plan de Dios revelado al ser humano. La escatología es una respuesta concreta a la vanidad humana, al sinsentido de la vida y a la muerte humana, a partir del plan de Dios que revela la voluntad de Dios al hombre, le redime y le compromete a vivir para su reino inspirado en el futuro triunfo divino. De modo que la esperanza humana deberá trazarse a lo largo de los hitos que, paso a paso, conducen los siglos de la historia de la salvación, que es la historia del rescate divino a favor del hombre, pasando por profecia y tipos antiguo testamentarios y cumplimientos y aplicaciones neotestamentarios, hasta centrar su consumación en la persona de Jesús de Nazaret, quien convierte la esperanza humana en esperanza cristiana.
3. El testimonio de los profetas contiene un fuerte contenido de juicio sobre Israel y sobre las naciones ilustrando que la escatología tiene raíces en la historia. La promesa profética de juicio (Dt), y de redención (Is. 50-66), tienen ambas sustentación profundamente histórica. La escatología es el estudio de este plan puesto en marcha desde el principio hasta el cierre de la revelación de Dios. La sustancia de la escatología bíblica muestra su solidez cuando, anclada a la creación, establece como su hilo conductor la recuperación del gobierno de Dios sobre la vida de los hombres, hasta concluir con la plenificación del reino de Dios y de su Cristo.
4. El reino de Dios es su prerrogativa de gobernar la cual integra la renovación o recreación de todas las cosas al cumplimiento histórico de los pactos y promesas que Dios celebró con su pueblo. Ese plan es cósmico en su perspectiva, obedece, en su formato, a pactos establecidos con el pueblo de Dios, cuyo orden, arreglo y disposición proyectan integralmente el gobierno de Dios, de modo que la promesa de misión, descendencia y tierra hecha a Abraham (Gn. 12-15), va unida a la demanda ética planteada a Moisés (Ex. 20ss), e igualmente vinculada a la promesa de un heredero de la dinastía davídica (2 S.7) y a una renovación del corazón de la nación, acompañada del conocimiento de Dios, mediado por el Espíritu de Dios (Jer. 31: 27-40).
5. En el Nuevo Testamento, la vida, muerte y resurrección de Jesús, es un paso definitivo en la realización de ese gobierno divino, el cual se explica en términos de victoria sobre la muerte y señorío cósmico, con claro acento de realeza, a partir del mensaje de la Iglesia. Pero hay una reserva de futuro que se deja ver tanto en el estadio de humillación del mesías durante su ministerio, por un lado, como en el hecho que “no vemos aun todas las cosas sometidas bajo sus pies”, aun después de la resurrección y ascensión al lado del Padre. Tanto el triunfo definitivo de su muerte y resurrección, como la reserva de futuro sostenida en manos del mesías, indican que la escatología es profundamente cristológica.
6. Los temas de la tribulación y del anticristo, en la escatología, deben entenderse como parte del patrón de desarrollo de la teología bíblica del A. T., por ejemplo, “el día del señor” (juicio y bendición) y “la semana setenta de Daniel”. La tribulación no puede repartirse entre un cumplimiento rebuscado en la historia de la Iglesia y otro previsto para la venida de Cristo (postribulacionistas). Los pretribulacionistas argumentan que la tribulación funciona, tipológicamente, a lo largo de la historia en los sufrimientos de la Iglesia, pero que su desarrollo mas amplio sucede cuando sirve de contexto a la segunda venida de Cristo, como antesala al gobierno futuro del mesías. El argumento de Pablo de la venida de Jesús como “ladrón en la noche” (1Tes. 4-5), no puede entenderse como algo “cercano” (según G. E. Ladd) sino como algo inminente (nadie sabe exactamente cuando). La idea de un milenio y tribulación futuros, hace que el argumento de la inminencia juegue más del lado pretribulacionista (algo futuro) que postribulacionista (algo en parte histórico, ergo predecible).
7. En cuanto al futuro de Israel, es importante señalar que la aplicación de la tipología de Israel a Cristo es parte importante de la teología del Nuevo Testamento, tanto en los evangelios, con Cristo como el Nuevo Israel, como en algunos pasajes paulinos, como Gálatas 3, en el que Jesús es la simiente de Abraham. Pero de estos ejemplos no se puede concluir que Jesús en lo personal e individual agote el cumplimiento de las promesas nacionales y políticas hechas a la nación de Israel. El patrón de los profetas antiguo testamentarios insiste en un heredero del trono de David (rey), que gobierna tanto sobre Israel como sobre las naciones. Aun en el canto de Isaías 49 se promete que “Israel” (el siervo), hará volver a “Israel” (la nación), a Dios y luego reunirá a los gentiles, manteniendo la distinción de un rey, de su pueblo y de los gentiles. Es, decir, el pacto hecho con David (2 S. 7), es un medio para el cumplimiento en Jesús de los pactos con Israel y extender, por medio de él, la bendición de esos pactos a los gentiles.
8. El capitulo 11 de Romanos demanda que la figura del olivo no se aplique a Israel. Hay ramas de un olivo silvestre y ramas de un olivo natural. Pero Israel, más que olivo, dice Craig Blaising, es un amante enemistado, a pesar del pacto, cuya restauración es ilustrada al ser re injertado para poder participar de la raíz y de la rica savia del olivo (v.17 cp. V. 24). Por eso, la recreación de todas las cosas, todos los pueblo, todos los idiomas que reciben toda la herencia de Dios a través del cumplimiento de los pactos en dimensión cristológica, debe incluir no solo a los pueblos que son las ramas injertadas, sino al Israel nacional, de modo que la dispersión sea superada por la reunión y que la desaparición temporal de su identidad, retenida en Cristo, sea devuelta al pueblo a quien Dios hizo tan gloriosas promesas. Dar a Israel por desaparecida en el futuro frente a la presencia de las naciones gentiles sería no solo inexplicable sino absolutamente irónico.
9. La pregunta de los discípulos en Hechos 1, tras 40 días de instrucción sobre el reino de Dios, no era averiguar si Jesús restauraría a Israel, refiriéndose a si se restauraría a si mismo, sino si el como rey restauraría al Israel étnico o corporativo, lo cual era coherente con el patrón de la profecía bíblica. A la respuesta de Jesús sobre el tiempo que el padre tiene en su sola potestad se debe agregar las palabras de Pedro, en Hechos 3, que se refieren a “la restauración y tiempos de refrigerio” del Israel corporativo, nacional y político, “como las cosas que Dios habló por boca de sus santos profetas”. Eso es coherente con el llamado de Pedro el día de Pentecostés (Hech. 2), a la casa de Israel, sin duda el Israel corporativo, a someterse a Jesús “a quien Dios ha hecho señor y Cristo”.
10. La clave hermenéutica de la profecía: En el estudio de la escatología, en perspectiva bíblica, parece más adecuado hablar de una escatología “inaugurada” que espera su pleno cumplimiento, más que de una escatología futurista. En ese sentido, muchos pasajes bíblicos que algunos intérpretes relegan al futuro, tuvieron cumplimiento con el ministerio de Cristo o tienen cumplimiento hoy. La interpretación de la profecía es producto de 1. Reconocer la necesidad de distinciones bíblicas para entender el trato de Dios con el hombre en diferentes períodos. Sin embargo, no es necesario hablar de más de tres distinciones mayores, la era del Pacto Antiguo, la era del Pacto Nuevo y la era del Reino. 2. Reconocer la demanda bíblica de señalar que hay una meta para la historia en el registro sagrado; 3. Explorar esta área con una hermenéutica que desarrolla la aplicación de las promesas sin dañar, negar o desnaturalizar, promesas hechas a personas, pueblos o grupos concretos. De esto se desprenden algunas grandes conclusiones: (a) que la Iglesia no es el Israel antiguo testamentario (b) Que el programa futuro de Dios incluye al Israel nacional; (c) que Cristo reinará en la tierra literalmente en la historia espacio-temporal.