Tercer compromiso
Mantener unido el evangelismo y el discipulado
Problema: DECIMOS QUE HAY QUE CREER PERO NO DECIMOS QUE HAY QUE CAMBIAR
¿No hemos diluidos el evangelio cuando todo mensaje es evangelístico? ¿No hemos trivializado el evangelio cuando el único llamado de la iglesia es a creer sin dar frutos?
Evangelizar es darle a cada persona una oportunidad directa de decirle si o no a Jesucristo. Empapelar ciudades y gritar por megáfonos no es sinónimo de evangelizar. La persona, se halle en grupo o sola, debe tener la oportunidad de entender qué es el evangelio. El resumen mas breve del evangelio es el que presentamos al moribundo, “Dios te ama profundamente, pero tus pecados te separan de Dios, Jesús murió por ti, cree en él y tendrás vida eterna, reconócele como salvador”.
Ese evangelio en veinticinco palabras contienen lo siguiente: el supremo amor de Dios por el pecador (Jn.3:16); el pecado que nos separa de la gloria de Dios (Ro.3:23). Jesús pagó con su vida y somos salvos por la vida y la muerte de Jesús que se resume en todo el estadio de su humillación por nuestro pecado (Fil.2:6-8). La muerte de Jesús es sustitutiva, el murió en el lugar que nosotros merecíamos (2Co.5:21). El requisito que abundantemente repite el Nuevo Testamento para obtener la justicia y perdón de Dios es sólo creer (Ef.2:8). Esta es la explicación “extendida” del evangelio.
Pero no siempre presentamos el evangelio al moribundo. Generalmente, lo presentamos a gente que tiene hábitos que romper, costos que pagar, y una cruz que llevar. Por eso el llamado supremo no es evangelizar, es hacer discípulos y al discípulo bástale ser como su maestro (Mt.10:25). Tres textos explican esto: Dios nos predestinó para ser hechos conforme a la imagen de su hijo (Ro 8:29). Mirando como en un espejo la gloria del señor somos transformados en la misma imagen suya (2Co.3:18). Sabemos que cuando el se manifieste seremos semejantes a el porque le veremos tal como él es (2Jn.3:2).
El evangelismo con fruto es más que números, es que los creyentes sean como Jesús. El fruto que importa es el de los convertidos y no el del evangelista. Es el fruto del Espíritu en aquellos que han creído (Gá.5:22-23). Es que el recién convertido “crea y obedezca su palabra para llevar mucho fruto” (Jn.15:1-11). Cuando el único llamado de la iglesia es a creer, al punto que se pierde de vista la obediencia de los que han creído, tanto los de adentro como los de afuera terminan por no creer. Porque si tras creer, no tengo un creer para algo, solo queda preguntarse entonces ¿para qué tengo que creer?
Hemos predicado a moribundos, que a penas han creído, y así les hemos dejado, han quedado en estado de coma espiritual, sin suficientes recursos para entender la hermosa vida que Dios tiene preparada para ellos, la cual se resume en “vida en abundancia”, porque es nada menos que la misma vida del hijo, en el poder de la resurrección, con el fruto del Espíritu (Gá2:20; Jn.14:23). No separaremos más evangelismo y discipulado.
Renovar el evangelismo requiere primero renovar la teología del evangelismo y la conservación de resultados. Los resultados mejor conservados son los que en lugar de vegetar crecen en buenas obras: “y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch.2:42). Evangelismo con fruto es integrar creyentes a la oración, comunión y enseñanza, a fin de que “el señor añada cada día a los que habrán de ser salvos”, a fin de que estos a su vez se multipliquen (Hch.2:42-47).
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