En 1936 John Mynard Keynes propuso que la economía solo sobrevive si se
consume. El “lado de la demanda” es el que mantiene viva a las ruedas de la
industria, de modo que para tener empleos, tiendas abarrotadas y gente feliz se debe
gastar a manos llenas, decía Keynes. ¿Qué sucede si no hay dinero para gastar?
El Estado debe ingeniárselas para poner el dinero en las manos de la gente para
poder usarlo. Esta idea de moda en las inflaciones del mundo no solo es pésima economía si no que para los
cristianos “la vida no consiste en la abundancia de bienes que se posee”.
El
cristiano no se identifica con esta visión materialista. Tampoco con el maximizador
de utilidades que actúa racionalmente de la mano de la economía del profesor
Samuelson, el vulgarizador de Keynes. El homo economicus es un
animal que no es parte de la buena economía y menos de la visión cristiana de
la vida. Por supuesto, ¿qué sucedería si todos pensaran cristianamente de le
economía? Si alguien se plantea tal
pregunta la respuesta no esta muy lejos del sentido común. Se venderían todos
los productos que los cristianos requieren, sean Biblias, viajes a tierra
Santa, música cristiana y la comida, ropa y bienes suntuarios de acuerdo al
poder adquisitivo de tales cristianos. En otras palabras una conversión masiva
de cristianos no tiene porque considerarse como el fin de la economía.
Ni siquiera
el estilo de vida simple debe considerarse una amenza. Es que los cristianos no
son Amish modernos. Vivir simplemente no es lo mismo que ser faquir. El creador
nos da otra idea del mundo, uno en donde no se manifiesta precisamente ahorro,
apreturas y miserias. Hay mucha tierra para cultivar. Comida en los mares
esperando ser descubierta. Árboles, semillas y agua que han durado hasta que la
intervención de los gobiernos ha convertido muchos de esos recursos en
privilegios escasos. Es la mano del zoon
politikon la que ha dicho repartamos la tierra cultivada sin respetar su título
de propiedad. Prohibamos el manejo de las aguas según la costumbre. Demos
títulos de propiedad de los recursos sin atender a la sabiduría de las
instituciones y tradiciones. Dicho de
otra manera, la vida es pletórica de bienes que el hombre ha de reconocer como
económicos pero no necesariamente extintos o en lipidia.
De modo que
no se requiere ser un consumidor insaciable para poder estudiar la economía y
explicarla a los demás. ¿Y el amor del Sermón del Monte? ¿Y dar la capa y la túnica, no se aplica a la
mercancía de las tiendas, comercios y kioskos?
La respuesta es llanamente NO. En el grupo de Jesús había un tesorero
deshonesto pero lo había. Este era el encargado de comprar y pagar los
preparativos que el grupo de Jesús requería. Gente pudiente donaba dinero al
grupo de discípulos y Jesús no llegaba a las tiendas arrebatando productos para
obligar a los propietarios a poner en práctica el amor que el les predicaba.
Por eso las
virtudes cristianas incluyen no solo “virtudes suaves:” la fe la esperanza y el
amor. También incluye las “virtudes duras,” la templanza, la paciencia y el
autocontrol. Todas bajo el acápite muy secular del respeto, o responsabilidad.
Los desordenes sociales fincados en el egocentrismo y la ingratitud, las
guerras e intervenciones estatales (los vicios, las idolatrías, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas y disensiones) de los años
1914-1950 produjeron pobreza lo cual se hizo mas evidente en los países mas
desarrollados. Pero, la riqueza no es una acrecencia defectuosa del trabajo, es
el resultado natural de producir con responsabilidad. Los ideales como la
libertad y la innovación se fundamentan
en valores tales como la fe, la esperanza y el amor con su fruto: amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, que funcionan
como formadores del carácter libre y responsable del hombre moderno que cree en
Dios.