jueves, 30 de junio de 2011

Luces y sombras del movimiento Protestante

El gran telón de fondo del movimiento protestante fue el renacimiento. Podría hablarse de los años 1253-1453. Florecieron, durante ese período, el arte y la cultura de las imágenes. También en esa época se venía gestando el surgimiento de los estados nacionales como alternativa política a la ciudad-estado. Son, en general, tendencias más que sistemas acabados.
Se trata de movimientos del espíritu humano en plena fluidez, y por tanto, escurridizos, ambivalentes e irreductibles a esquemas o sistemas. Movimientos que anuncian una dirección: el gobierno central, tras el Príncipe de Maquiavelo (1527); la autonomía de la razón y del individuo que imponen una dirección distinta a la civilización, una dirección antropocéntrica que complementa el cuadro descrito arriba. La republica, más respetuosa del individuo, no surgirá sino a finales del siglo XVIII.
Pues en ese marco, la Reforma Protestante ayudó a consolidar el papel del hombre y la mujer cristianos. El laico adquiere conciencia de su papel como creador en el mundo del trabajo; como responsable por la vida de la iglesia. Se retoma la teología del trabajo, del dinero y se crea una reflexión sobre el crédito y el interés bancario, ¡en el marco de la Reforma! Esta vez por parte de Juan Calvino. Sin duda, está tras esto la influencia de Gabriel Biel, maestro de Lutero y autor de un tratado sobre el significado del dinero.
El creyente redescubre la Palabra de Dios y la autoridad de la Biblia. Se trata de la esencia del mensaje y vida cristianos. La Palabra de Dios afecta el ámbito de la conciencia personal y abre con esto paso a la tolerancia, a la libertad y a la coexistencia religiosas.  Si bien el fruto de esto no se verá si no hasta después de cruentas guerras de religión cuyo contenido fue esencialmente político.
La teología tendrá una agenda abierta. No dependerá de otras instancias normativas sino de la Palabra de Dios, lo cual le permitió un dinamismo mayor. En los siglos siguientes, proliferaron las facultades de teología protestante en las universidades y se entregaron a un pensamiento creativo que, por otro lado, no siempre fue fiel al Evangelio, pero que sedimentó la permanencia de los valores en las sociedades europeas.
Nos causa sorpresa que, en Europa, sociedades que se consideran ateas, hoy siguen afirmando valores cristianos. Creen en la puntualidad, en la ética de trabajo, en el valor del ser humano, en el respeto al derecho ajeno, en la humanización de procesos sociales, en el Estado de Derecho, rectamente entendido. Proponemos aquí que se debe a que una legión de investigadores continúo manteniendo, en el plano ético, la discusión de los valores de esas comunidades. Disertaciones, Tesis, “Journals”, “Papers”, círculos de discusión, artículos de periódico y de revista, han mantenido vigentes los valores, en la comunidad científica y en  las ciudades universitarias en torno a estos centros.  
En Latinoamérica, abrazar el proyecto de Augusto Comte para la cultura y la educación superior en particular,  condujo a expulsar a la filosofía y principalmente a la teología de la educación superior, para dar lugar a las ingenierías. El punto es que nuestras sociedades se quedaron sin interlocución con un aspecto central en la formación humana, ayuna del aporte del marco creador del pensamiento de occidente, la tradición judeocristiana.
Por otro lado, también es cierto que el ocaso de la edad media tampoco le permitió al protestantismo ver que se encontraba, “científicamente”, ante una nueva era. Lutero y su colega Felipe Melanchton se opusieron a los descubrimientos de Nicolas Copernico. De ahí resulta fácil decir que la reforma tampoco estaba dispuesta ni preparada para conducir la modernidad y evitar la secularización europea, que parecía inevitable, con o sin Reforma.
Si algo podemos aprender de la historia es que no podemos atravesarle a la locomotora de la ciencia el auto de nuestra comprensión de los descubrimientos científicos. Trasplantes, biomedicina, células madre y clonación son fenómenos a los que hay que responder individualmente en cada adelanto específico. No es procedente responder como sí se tratase de un asunto unitario.
El “libre examen”, una de las hermosas herencias de Lutero, no debe confundirse con libre interpretación. En América Latina, en donde han surgido nuevos “dones espirituales”; nuevos apostolados; nuevas sectas unitarias, el “libre examen” se ha constituido en una negación de la cristiandad.
Otra de las sombras de hoy es la forma en que el protestantismo ha escogido ignorar el daño que el sistema “legal” de América Latina ha hecho al hombre latinoamericano. Más grave aún ha sido no reconocer la mano del Partido Papista de Gregorio VII (1075-1083) tras ese sistema, producto del derecho positivo. El “derecho”, usado entonces y ahora como herramienta centralizadora del poder y favorable solo a las elites, merece una decidida respuesta evangélica. Ese sistema constituye un ataque frontal a la libertad del ser humano (Ver de esta autor, “Una vida con responsabilidad”).
Sombra también ha sido la decisión misionera norteamericana, seguida del liderazgo criollo, de no enseñar a los cristianos su responsabilidad afuera de las iglesias. Ni la vida cívica, ni el trabajo, ni la educación, ni el emprendimiento han sido tocados por la predicación o la Biblia Protestantes. Mientras los cristianos palmean alegremente en los templos, el liderazgo que los tiene bajo su influencia se pierde la oportunidad de enseñarles a pensar su mundo de manera evangélica.
Al salir de esos templos, los hombres y mujeres vuelven a su pobreza, a su ignorancia y subdesarrollo. Sin un rayito de luz de la visión transformadora de la educación cristiana. Sin entender el compromiso de la doctrina judeocristiana con el cambio de actitudes, instituciones y mentalidad. Sin poder unir el mandato cultural del Génesis con la Gran Comisión del Nuevo Testamento. Quienes han señalado esto, desde mediados del siglo pasado, se han hecho eco de Marx: “opio del pueblo”.
Todo esto se ha escogido cubrirlo con un manto de espiritualidad. Cuando se ha necesitado articularlo racionalmente se le ha llamado “una actitud apolítica”. Estas supuestas neutralidades toman postura a favor de la irresponsabilidad en esas áreas. De eso el protestantismo latinoamericano es, en general, harto culpable.

miércoles, 15 de junio de 2011

La crisis del siglo ayer y hoy: Siglo XVI y Siglo XXI

“Las ideas tienen consecuencias”. Este aforismo es tan cierto hoy como hace 500 años. Dedicamos unas líneas a describir la situación en la que se dio la Reforma para analizar el impacto de las ideas de ayer el día de hoy.
El método “genético” no es estudiar historia. Es analizar en grandes tramos de tiempo, el impacto de las ideas a partir de su génesis u origen: Hay ciertas similitudes entre el Siglo XVI y el Siglo XXI. Algunas son meras sugerencias pues similitud no significa igualdad y menos “identidad”. La historia no se repite.
El Siglo XVI marca el fin del viejo orden medieval cristiano y el inicio de una nueva edad. En aquel entonces, las ideas en las que se fundaba la existencia humana habían perdido su carácter definitivo y daban lugar al cambio. El navegante genovés  Don Cristóbal Colón había descubierto en 1492 que la tierra no era plana.
En 1453, Nicolás Copérnico había descubierto que la tierra no era el centro del universo. Era el sol el centro, según su Revolutions Orbium Coelestium. Esto ponía en serias dudas la visión geocéntrica de Ptolomeo, el astrónomo y matemático de Alejandría que floreció en la primera mitad del Segundo Siglo. Su obra “Almagesta” y la visión Aristotélica de la realidad y de la “ciencia” se habían unido a la teología al punto de no saber,  culturalmente, en donde empezaba lo uno y terminaba lo otro.
Hoy, tras 500 años de “modernismo”, la conclusión es que ese es un orden superado. Ese término que vino a representar a la Ilustración y a la Francia del Siglo XVIII, que significa una protesta contra el renacimiento y su visión de la historia; que se refirió a una época que veía al pasado, al ocaso de la baja edad media, es un término que ha sido puesto de lado.
Hoy, hablamos de “postmodernismo”. Este término surgió en la arquitectura en la segunda mitad del siglo pasado. Pronto se empezó a ver en otras áreas del conocimiento al punto que en los años 1950s era un término conocido entre críticos literarios.
El término, que puede ser abusado por conservadores que miran con nostalgia al pasado; por críticos radicales que enseñan con la anarquía; por utopías que buscan un estilo que aun no logran definir y aun por cínicos para justificar cualquier cosa, puede usarse en una variedad de sentidos.
“Postmodernismo” es un término que caracteriza a una época que tiene ya varias décadas de desarrollo. Se trata de avances muy grandes que aún no podemos comprender al igual que de una actitud dispuesta a generar en todas las áreas de la existencia humana nuevas posturas. No importa, como en el Siglo XVI, si los griegos lo hicieron antes, si los romanos lo definieron con más radicalidad. Importa que ahora lo hagamos mejor porque es nuestra era y nuestro turno de hacerlo.
Se trata hoy, como ayer, de una época de tanteos, las diversas soluciones e ideas se prestan a las valoraciones más opuestas. Las fuerzas culturales son polivalentes; las iglesias y religiones se ven en el pináculo de sus oportunidades y a la vez en el ocaso de su pertinencia.
Espiritualmente, el postmodernismo reclama que todos los caminos llevan a Dios, como ayer todos los caminos llevaban a Roma. Pero, más profundamente, cada quien es su propio camino y quien sabe si Roma, después de todo, sea el mejor destino.
El papado heredero del renacimiento que ayer participaba del hedonismo, desde Sixto IV hasta León X, hoy pelea contra el. La Roma de hoy sigue siendo católica pero ya no pasa por Trento sino por la “tradición”, una palabra que, como “postmodernismo”, caracteriza a una época, al viejo orden y a la visión del mundo que nace con el.
La iglesia de Roma a pesar de las notables Encíclicas Sociales del Siglo XX; a pesar del Segundo Concilio Vaticano; a pesar de la Nouvelle Theologie en Francia y de la teología de la liberación en América Latina, sigue siendo la misma iglesia en el fondo y en mucho de la forma que interesa a los protestantes (la Biblia, la liturgia, el matrimonio del clero y las pompas papales). Hoy, con Benedicto XVI sentado en la silla de Roma eso no requiere mucha elaboración.
Porque, en cada caso, los intentos de Reforma encontraron cumplida respuesta desde Roma. Las Encíclicas Sociales y la teología de las realidades terrenas no superaron la vieja propuesta de una organización piramidal del mundo, con el Papa como señor del orden terreno a la usanza de las bulas de donaciones. Un mundo gobernado por elites y acuerdos cuasi-feudales que ya no era realidad sino en la teología católica. Un señoriazgo del orden terreno asegurado con la categoría del Vaticano como Estado secular.
El Segundo Concilio Vaticano elevó las expectativas de Reforma pero aún continuó con la infalibilidad; con la autoridad que descansa en el magisterio y no en el concilio; con afirmaciones de compromiso que ni reforman, ni corrigen bíblicamente, sino que corrompen el dogma más tradicional de la iglesia (la insinuación universalista y el coqueteo con el socialismo son solo un botón de muestra).
La Teología de la Liberación encontró en el actual Papa Benedicto XVI (Cardenal Joseph Ratzinger) una condena profusa, bien estructurada y tajantemente articulada, con mucha paja en el ojo ajeno y poca contrición por la escasa comprensión que las mismas encíclicas sociales tienen del proceso económico.
Los teólogos de la Nouvelle Theologie enfrentaron prohibiciones y silencios, censuras y los premios cardenalatos que fueron posteriores gracias a Juan XXIII, son un caso en el que los castigos que antecedieron desanimaron a toda la escuela francesa. Todo ello cifrado mejor que nada en la Humana Generis de Pio XII, la encíclica del 12 de agosto de 1950 que acalló a la escuela francesa. Se trata de una defensa de la teología natural clásica y de un silencio a Henrí de Lubac, Henrí Boullard, Jean Danielou y Hans Urs Von Baltasar.
En 1959, Hans Kung pronunció en Basilea, la Universidad de Barth, la conferencia “Eclessia Semper Reformanda” dos semanas antes de la convocatoria al Concilio Vaticano II. Destacó ahí lo que se esperaba de un teólogo de primer orden en diálogo con Barth y haciéndose eco a la escuela francesa. Pero años más tarde, como los franceses, el mismo Kung sería censurado. Luego  vendría la “Instrucción sobre la teología de la Liberación” que haría lo mismo a los latinoamericanos, Leonardo Boff, Juan Luis Segundo, Gustavo Gutiérrez y otros.
Y a los protestantes ¿cómo los encuentran los 500 años de Reforma? En América Latina hay tanto que decir. Un ecleciocentrismo parecido al de los días de Lutero. Una fe catedralicia con énfasis en la forma, en la autoridad, en el rito, en el gesto, en la magia milagrera. Una teología muy desfigurada que nos interesa elaborar en este trabajo.
¿Está la iglesia Reformada dispuesta a actuar según su lema “semper reformanda” . ¿Existe un programa visible de cambio que incluya una nueva actitud en los seminarios y centros de instrucción teológica? ¿Es la teología de las “Universidades evangélicas” realmente universal y realmente evangélica?
Me temo que Lutero saldría de las iglesias y megaiglesias latinoamericanas con la misma sospecha con que abandonó Roma en 1510, tras su misión oficial; sospecha que pocos años después le llevó a publicar sus 95 tesis, el 31 de octubre del año 1517.

martes, 7 de junio de 2011

La Biblia y sus demandas sobre lo político


El termino evangelio, en el que hemos creído, tiene su trasfondo en los capítulos 40 al 55 de Isaías. Se trata de las buenas nuevas de la restauración de Jerusalén después del exilio babilónico. La referencia a la “anunciadora de Sion” y a la “anunciadora de Jerusalén”[1], en la traducción griega del Antiguo Testamento, se describen con la palabra euanguelizomenos.
Se ha de recordar que el fondo de esto es la derrota de Babilonia y el retorno del exilio. “Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas del que proclama (euanguelizomenou) la paz, del que trae buenas nuevas (euanguelizomenos) del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!”[2]
Pues este vocablo, cargado de esperanza, constituye el mensaje de Jesús y del Bautista. El inicio del ministerio de Jesús y del bautista fue “arrepentíos por que el reino de los cielos se ha acercado”[3]. De hecho todo el ministerio de Jesús Mateo y Lucas lo encierra en ir “por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios” (Mt. 4:23)[4]. Quizá por eso Pablo puede resumir todo su ministerio en “predicar el evangelio”[5].
Un tema que pasa ignorado es que el evangelio es también una polémica contra todos los reinos de la tierra. Sin desestimar el origen judío del término, los romanos lo usaban para hablar del entronamiento del emperador. César y Cristo se enfrentan y ambos tienen un evangelio que los anuncia, pero el evangelio del César no tiene el respaldo del Señor de las naciones.
El evangelio que se resumen en la muerte de Jesús por mis “pecados conforme a las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día conforme a las Escrituras”[6], tiene en mente no una creencia privada e inocua sino una confrontación con los poderes de este mundo.
Pablo, en Gálatas, dice que las palabras de Isaías tienen “cumplimiento en el tiempo cuando Dios envió a su hijo nacido de mujer y nacido bajo la ley[7]. Marcos, para quien la vida de Jesús es el evangelio, habló también del cumplimiento del tiempo para referirse a la venida del reino y a creer en Jesús, el evangelio viviente[8], quien “nos redimió de la ley”[9]. Por ello, es un sin sentido volver a la ley. Es colocarse no sólo bajo su regencia si no servir a dioses “que no son dioses[10]. Son “los rudimentos del mundo” que esclavizan en cuerpo y alma[11].
Adoptar la ley es despojar al evangelio de su gracia y revestirlo de nacionalismo judío. Adoptar cualquier nacionalismo jamás puede acercar a alguien al evangelio. Eso es renunciar a la adopción de hijos para hacerse esclavos de las aspiraciones políticas de los hombres. Cuando la iglesia anuncia el evangelio y los hombres creen, toman sobre sí la única marca pública que este mensaje exige: la fe y sus frutos.
Es por la fe que vivimos en el reinado de Jesús. Por esa fe relativizamos los reinos de este mundo y vivimos según las marcas del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, fe, mansedumbre y templanza”[12].
Cuando se habla de política, se le llama “arreglar el mundo”. Por supuesto, ¿arreglarlo, de qué? ¿arreglarlo, para qué? Y cómo arreglarlo, son asuntos que los cristianos no tenemos claro. La Iglesia se debate entre la intelectualidad y un elusivo “espiritualismo” que está muy lejos de la fe y de someter toda la vida al control del Espíritu.
¿Qué debemos saber sobre la nación y sus necesidades? El primer punto, es que Dios es el creador del gobierno humano: “sométase a toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”[13]. Si Dios es el creador del gobierno, ¿no es sabio pensar que puede ser su voluntad que sus hijos le sirvamos ahí?
Segundo, es fundamental que la Iglesia sea “sal” y “luz”[14]en todas las áreas de la vida: la radio, la televisión, los periódicos y por supuesto en la política. Pensar que no tenemos nada que hacer en la política porque está llena de hombres malos es como que un médico decidiera no enfrentar una epidemia por el riesgo de contaminarse.
Tercero, los hombres buenos deben promover la justicia. Ser “sal” y “luz” se halla en medio de la demanda de Jesús de una justicia más alta “que la de los escribas y fariseos”[15]. Es una justicia que obedece la justicia de Dios. Justicia y Misericordia es el reflejo de las características de Dios en la vida de hombre y el trato noble al ser humano, tomando al hombre como fin y nunca como escalón o medio. Job pregunta “gobernará el que aborrece el juicio”[16]. Los juicios de la tierra no pueden estar en manos de injustos sino en las manos de los hijos de Dios.
Cuarto, que hoy servimos a los demás a través del sistema de partidos políticos. Ellos se turnan en el poder por mandato del pueblo quien los premia o castiga con el voto. También servimos a la nación por medio de grupos cívicos. Estos se organizan para ejercer presión sobre los partidos políticos para exigirles que enmienden el sistema por medio e leyes y a través de medidas administrativas. ¿Por qué exigimos la reforma del gobierno? “porque es servidor de Dios para tu bien”[17].
El Estado tiene la gran responsabilidad de “llevar la espada”[18]. Es decir de usar el monopolio del poder de coacción para ordenar la vida de todos. Pero si el no tiene respeto por la vida puede abusar. Por eso es importante que todos hagamos que el Estado respete sus propias leyes y sirva a la justicia. Si eso requiere reformar leyes e instituciones es nuestro deber hacerlo: “pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo”[19].
Quinto, que existe una gran confusión entre democracia y república. Ambos elementos son complementarios y necesarios, si bien en una clara muestra de confusión, al sur del Río Grande hemos optado por la democracia escamoteando la república. Es la república y sus reglas lo que protege al ser humano (el constitucionalismo). La democracia y la voluntad popular tienen siempre la tentación de vulnerar los derechos de las personas. Sin república, la democracia sera tarde o temprano tiranía.


Sexto, la condición más noble para la vida es vivirla según una conciencia sin culpas. Por ello debemos obedecer toda norma. Cuando el sistema promueve la desobediencia a las normas va en contra de nuestra conciencia. Si un sistema mancilla la conciencia, entonces debemos todos juntos luchar por que no se mancille nuestra conciencia: “no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia”[20].
No podemos hablar de cambiar el mundo sin recordar que “el mundo pasa y sus deseos”[21]. Pero ese mundo entendido como el sistema encabezado por Satanás que deja a Dios afuera no es todo lo que hay. Está también el mundo en el que viven los hijos de Dios: “pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”[22]. ¡Ambas afirmaciones en el mismo verso!
Jesús es Señor de este mundo en tanto es su creador. De él tomamos las órdenes para hacerlo un mundo de justicia y misericordia. Si “la creación misma será liberada de la esclavitud de corrupción”[23], toda la vida es un llamado al discipulado de Jesucristo. Tu vida es una sola gran esfera de compromiso con el Señor. No hay esfera pública ni privada.
Los hijos De Dios no pueden vivir en un Estado que promueve pobreza violencia y corrupción y hablar de Dios en su Constitución política como si hubiera una “dios tolerante para la política”. No se trata de “un Cristo recto para el espíritu” y “un dios desordenado para el pueblo”. No podemos aceptar “un evangelio puro para la fe” y “una ley corrupta para la nación”. No se puede aceptar una “Iglesia confesante” cuya moral diaria es una negación de lo que confiesa, precisamente porque hemos aceptado que esa “ley para la nación” este gobernada por intereses y no por principios y valores.
Finalmente, el gran fondo en el que se da este discipulado es en el espíritu de paz. Paz significa “no violencia” y ambas deben entenderse en el espíritu de la bienaventuranza: “Bienaventurados los pacificadores”[24]. Sin embargo, no hay pacificadores sin “reconocer su bancarrota espiritual”[25]; sin “llanto”[26]; sin “mansedumbre”[27]; sin “hambre y sed de justicia”[28]; sin “misericordia”[29]; sin “”limpio corazón”[30]; sin “estar dispuesto a sufrir por causa de la justicia”[31].
La no-violencia definida en esos términos significa un respeto absoluto a la vida, de tal manera que controla y humaniza toda forma de trato con el prójimo. Eso constituye el fondo en el que se proyecta directamente la predicación de Jesús y su confrontación mesiánica con los poderes de Israel. Es por esa razón que “Jesús afirmó su rostro para ir a Jerusalén”[32] a morir, sin promover una revuelta violenta. Según todo lo que se puede comprobar históricamente, se dirigió a la pasión sin la menor resistencia.
Por esa misma causa, el celo Nacionalista de Zelotas en Jerusalén o el celo de su esperanza no convirtió a los primeros creyentes en rebeldes o insurrectos. La joven iglesia tampoco se adhirió al movimiento de insurrección contra Roma, justamente porque la violencia no era parte de la agenda ni de Jesús ni de los discípulos de Jesús.


[1] Isa. 40:9
[2] Isa. 52.7
[3] Mt. 3:2 y 4:17
[4] Lc. 8:1
[5] 1 Co. 1:17
[6] 1 Co. 15:3-4
[7] Gá. 4:4
[8] Mr. 1:15
[9] Gá 4:5
[10] Gá. 4:8
[11] Gá. 4:3
[12] Gá. 5:22
[13] Ro. 13:1
[14] Mt. 5:13-16
[15] Mt. 5:20
[16] Job 34:17
[17] Ro. 13:4
[18] Ro. 13:4
[19] Ro 13:4
[20] Ro. 13:5
[21] 1 Jn. 2:17
[22] 1 Jn 2:17
[23] Ro. 8:21
[24] Mt. 5:9
[25] Mt. 5:3
[26] Mt. 5:4
[27] Mt. 5:5
[28] Mt. 5:6
[29] Mt. 5:7
[30] Mt. 5:8
[31] Mt. 5:10
[32] Lc. 9:51
[33] 1 Jn. 2:17