miércoles, 15 de junio de 2011

La crisis del siglo ayer y hoy: Siglo XVI y Siglo XXI

“Las ideas tienen consecuencias”. Este aforismo es tan cierto hoy como hace 500 años. Dedicamos unas líneas a describir la situación en la que se dio la Reforma para analizar el impacto de las ideas de ayer el día de hoy.
El método “genético” no es estudiar historia. Es analizar en grandes tramos de tiempo, el impacto de las ideas a partir de su génesis u origen: Hay ciertas similitudes entre el Siglo XVI y el Siglo XXI. Algunas son meras sugerencias pues similitud no significa igualdad y menos “identidad”. La historia no se repite.
El Siglo XVI marca el fin del viejo orden medieval cristiano y el inicio de una nueva edad. En aquel entonces, las ideas en las que se fundaba la existencia humana habían perdido su carácter definitivo y daban lugar al cambio. El navegante genovés  Don Cristóbal Colón había descubierto en 1492 que la tierra no era plana.
En 1453, Nicolás Copérnico había descubierto que la tierra no era el centro del universo. Era el sol el centro, según su Revolutions Orbium Coelestium. Esto ponía en serias dudas la visión geocéntrica de Ptolomeo, el astrónomo y matemático de Alejandría que floreció en la primera mitad del Segundo Siglo. Su obra “Almagesta” y la visión Aristotélica de la realidad y de la “ciencia” se habían unido a la teología al punto de no saber,  culturalmente, en donde empezaba lo uno y terminaba lo otro.
Hoy, tras 500 años de “modernismo”, la conclusión es que ese es un orden superado. Ese término que vino a representar a la Ilustración y a la Francia del Siglo XVIII, que significa una protesta contra el renacimiento y su visión de la historia; que se refirió a una época que veía al pasado, al ocaso de la baja edad media, es un término que ha sido puesto de lado.
Hoy, hablamos de “postmodernismo”. Este término surgió en la arquitectura en la segunda mitad del siglo pasado. Pronto se empezó a ver en otras áreas del conocimiento al punto que en los años 1950s era un término conocido entre críticos literarios.
El término, que puede ser abusado por conservadores que miran con nostalgia al pasado; por críticos radicales que enseñan con la anarquía; por utopías que buscan un estilo que aun no logran definir y aun por cínicos para justificar cualquier cosa, puede usarse en una variedad de sentidos.
“Postmodernismo” es un término que caracteriza a una época que tiene ya varias décadas de desarrollo. Se trata de avances muy grandes que aún no podemos comprender al igual que de una actitud dispuesta a generar en todas las áreas de la existencia humana nuevas posturas. No importa, como en el Siglo XVI, si los griegos lo hicieron antes, si los romanos lo definieron con más radicalidad. Importa que ahora lo hagamos mejor porque es nuestra era y nuestro turno de hacerlo.
Se trata hoy, como ayer, de una época de tanteos, las diversas soluciones e ideas se prestan a las valoraciones más opuestas. Las fuerzas culturales son polivalentes; las iglesias y religiones se ven en el pináculo de sus oportunidades y a la vez en el ocaso de su pertinencia.
Espiritualmente, el postmodernismo reclama que todos los caminos llevan a Dios, como ayer todos los caminos llevaban a Roma. Pero, más profundamente, cada quien es su propio camino y quien sabe si Roma, después de todo, sea el mejor destino.
El papado heredero del renacimiento que ayer participaba del hedonismo, desde Sixto IV hasta León X, hoy pelea contra el. La Roma de hoy sigue siendo católica pero ya no pasa por Trento sino por la “tradición”, una palabra que, como “postmodernismo”, caracteriza a una época, al viejo orden y a la visión del mundo que nace con el.
La iglesia de Roma a pesar de las notables Encíclicas Sociales del Siglo XX; a pesar del Segundo Concilio Vaticano; a pesar de la Nouvelle Theologie en Francia y de la teología de la liberación en América Latina, sigue siendo la misma iglesia en el fondo y en mucho de la forma que interesa a los protestantes (la Biblia, la liturgia, el matrimonio del clero y las pompas papales). Hoy, con Benedicto XVI sentado en la silla de Roma eso no requiere mucha elaboración.
Porque, en cada caso, los intentos de Reforma encontraron cumplida respuesta desde Roma. Las Encíclicas Sociales y la teología de las realidades terrenas no superaron la vieja propuesta de una organización piramidal del mundo, con el Papa como señor del orden terreno a la usanza de las bulas de donaciones. Un mundo gobernado por elites y acuerdos cuasi-feudales que ya no era realidad sino en la teología católica. Un señoriazgo del orden terreno asegurado con la categoría del Vaticano como Estado secular.
El Segundo Concilio Vaticano elevó las expectativas de Reforma pero aún continuó con la infalibilidad; con la autoridad que descansa en el magisterio y no en el concilio; con afirmaciones de compromiso que ni reforman, ni corrigen bíblicamente, sino que corrompen el dogma más tradicional de la iglesia (la insinuación universalista y el coqueteo con el socialismo son solo un botón de muestra).
La Teología de la Liberación encontró en el actual Papa Benedicto XVI (Cardenal Joseph Ratzinger) una condena profusa, bien estructurada y tajantemente articulada, con mucha paja en el ojo ajeno y poca contrición por la escasa comprensión que las mismas encíclicas sociales tienen del proceso económico.
Los teólogos de la Nouvelle Theologie enfrentaron prohibiciones y silencios, censuras y los premios cardenalatos que fueron posteriores gracias a Juan XXIII, son un caso en el que los castigos que antecedieron desanimaron a toda la escuela francesa. Todo ello cifrado mejor que nada en la Humana Generis de Pio XII, la encíclica del 12 de agosto de 1950 que acalló a la escuela francesa. Se trata de una defensa de la teología natural clásica y de un silencio a Henrí de Lubac, Henrí Boullard, Jean Danielou y Hans Urs Von Baltasar.
En 1959, Hans Kung pronunció en Basilea, la Universidad de Barth, la conferencia “Eclessia Semper Reformanda” dos semanas antes de la convocatoria al Concilio Vaticano II. Destacó ahí lo que se esperaba de un teólogo de primer orden en diálogo con Barth y haciéndose eco a la escuela francesa. Pero años más tarde, como los franceses, el mismo Kung sería censurado. Luego  vendría la “Instrucción sobre la teología de la Liberación” que haría lo mismo a los latinoamericanos, Leonardo Boff, Juan Luis Segundo, Gustavo Gutiérrez y otros.
Y a los protestantes ¿cómo los encuentran los 500 años de Reforma? En América Latina hay tanto que decir. Un ecleciocentrismo parecido al de los días de Lutero. Una fe catedralicia con énfasis en la forma, en la autoridad, en el rito, en el gesto, en la magia milagrera. Una teología muy desfigurada que nos interesa elaborar en este trabajo.
¿Está la iglesia Reformada dispuesta a actuar según su lema “semper reformanda” . ¿Existe un programa visible de cambio que incluya una nueva actitud en los seminarios y centros de instrucción teológica? ¿Es la teología de las “Universidades evangélicas” realmente universal y realmente evangélica?
Me temo que Lutero saldría de las iglesias y megaiglesias latinoamericanas con la misma sospecha con que abandonó Roma en 1510, tras su misión oficial; sospecha que pocos años después le llevó a publicar sus 95 tesis, el 31 de octubre del año 1517.

No hay comentarios:

Publicar un comentario