martes, 13 de septiembre de 2011

La Biblia y las elecciones en Guatemala

Al leer los libros de Samuel, Reyes y Crónicas uno encuentra toda clase de personajes que sin ambages aspiran a la realeza. Un dramático incidente partió la historia de Israel en dos. La herencia de un sabio no fue precisamente sabiduría sino vanidad y tras su muerte el reino se dividió. Los añicos morales de su propia vida se reflejan en el zigzag que se apoderó de la nación tras la pugna de las diez tribus al Norte y las dos al Sur.


De ese desgarrón político se desprenden los traspiés de la nación ahora escindida. Un desfile de reyes se suceden al Sur, Judá, y al Norte, Israel o Efraím. La ideología de los reyes se mide según su observancia de unos principios bien establecidos: 1. Guardar la ley; 2. No tener haren; 3. No entrar a la carrera armamentista (carros y caballos). Su éxito lo median los gobernados, aun cuando no fuera tan importante para Dios. ¿Incrementó las fronteras? ¿Negoció con éxito con las potencias extranjeras? ¿Evitó la invasión? ¿Gobernó por más años que su homólogo del Norte o del Sur? ¿Se enfrentó al Norte o al Sur con éxito? Para Dios lo importante era si había ilustrado a sus hermanos quién es Dios y qué hace Dios.

En el caso del Norte hubo 19 reyes a quienes se aplica lapidariamente como cierre de su vida personal la frase siguiente “y gobernó tantos años, e hizo lo malo a los ojos de Jehová”. Todos, sin excepción, son calificados como reyes malos, procedentes de 9 dinastías no davídicas. En el Sur hubo 19 reyes todos del linaje del rey David pero solo ocho de ellos fueron buenos reyes, del resto se dice lo mismo que de los reyes de Israel.

¿Qué significaba en aquel entonces ser buenos reyes? Vivir de acuerdo al consejo de Jehová; no consultar adivinos ni adivinas; no tener centros de adoración culticos dedicados a dioses paganos. Por supuesto, una institución que entonces transitaba de la mano de la monarquía era el profetismo. Los profetas, con la Ley en la mano, eran verdaderos conocedores de la voluntad de Dios y generalmente portadores de censuras y reprimendas contra los reyes. Distan mucho de los mandilones disfrazados de predicadores que hoy se acercan a besar manos y regalar Biblias en nombre de Dios.

Se destacan dos mujeres que hicieron gobierno, la pérfida Jezabel del Norte y la usurpadora Atalía en el Sur, si bien oriunda del Norte. Ambas estaban influidas por dioses paganos y murieron violentamente. De Atalía se explica que su hijo Ocozias, que procreara con Joram, había seguido el consejo de su madre, hija de Omri, rey de Israel,-- “quien hizo peor que todos los reyes que habían reinado antes que él” (1 R. 16:25),-- ella le recomendó a su hijo que se casara con la familia real vecina, con una hija de su hermano. Si claro, una chica de buena familia, prima además, en tanto que hija de Acab, hermano de Atalía, y así se emparentó a la dinastía del Sur con otro de los ruinosos reyes de Israel. De Ocozias se dice que su fracaso se debe al hecho de ser yerno de Acab (2 R. 8:27). Al morir Ocozías, su usurpadora madre mató a sus hijos y nietos queriendo unificar Norte y Sur haciéndose reina (2 R. 11).!Vaya joyita!

La otra mujer que gobernó fue Jezabel, esposa de Acab. 1 ero. Reyes ocupa casi la tercera última parte del libro con el relato de sus truhanerias. En suma, Atalía, hermana de Acab, casada con el rey del Sur y Jezabel, la mujer de Acab, eran muy perversas. Por supuesto, hoy las mujeres que gobiernen no tienen por qué ser malas gobernantes. Pero en el caso del Norte, había algo que explicaba de raíz la perversión de estas dos mujeres y de todos sus reyes. Al dividirse el reino, Israel o las diez tribus del Norte pusieron lugares de adoración pagana en Betel y en Samaria. Jeroboam, su primer rey, puso becerros de oro, y dijo a Israel “éste es vuestro dios que os sacó de Egipto” (1 Reyes 12 y 13). 

Jeroboam nombró profetas y sacerdotes para estos dioses paganos y evitó que las diez tribus del norte llevaran los sacrificios al templo de Jerusalén. Así empezó el abuso al prójimo y la indiferencia a Dios en el reino del Norte. Por eso el Norte sufrió doscientos años, entre el 932 y el 722 a.C., de desobediencia, idolatría, abusos contra su prójimo que causaron la cautividad, la cual no solo desarraigó a las diez tribus, sino que también nos ilustra lo que Dios piensa del mal gobierno y de la ausencia de fundamentos del bueno. 

Hoy, quizá por estar asentados en malas reglas, en la multiforme idolatría y en la total insensibilidad al derecho ajeno, Iberoamérica lleva ya casi doscientos años de fracaso, tras fracaso, tras fracaso… caracterizados por la mentira, el robo y el abuso. ¿Aprenderemos finalmente la lección?

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