El gran telón de fondo del movimiento protestante fue el renacimiento. Podría hablarse de los años 1253-1453. Florecieron, durante ese período, el arte y la cultura de las imágenes. También en esa época se venía gestando el surgimiento de los estados nacionales como alternativa política a la ciudad-estado. Son, en general, tendencias más que sistemas acabados.
Se trata de movimientos del espíritu humano en plena fluidez, y por tanto, escurridizos, ambivalentes e irreductibles a esquemas o sistemas. Movimientos que anuncian una dirección: el gobierno central, tras el Príncipe de Maquiavelo (1527); la autonomía de la razón y del individuo que imponen una dirección distinta a la civilización, una dirección antropocéntrica que complementa el cuadro descrito arriba. La republica, más respetuosa del individuo, no surgirá sino a finales del siglo XVIII.
Pues en ese marco, la Reforma Protestante ayudó a consolidar el papel del hombre y la mujer cristianos. El laico adquiere conciencia de su papel como creador en el mundo del trabajo; como responsable por la vida de la iglesia. Se retoma la teología del trabajo, del dinero y se crea una reflexión sobre el crédito y el interés bancario, ¡en el marco de la Reforma ! Esta vez por parte de Juan Calvino. Sin duda, está tras esto la influencia de Gabriel Biel, maestro de Lutero y autor de un tratado sobre el significado del dinero.
El creyente redescubre la Palabra de Dios y la autoridad de la Biblia. Se trata de la esencia del mensaje y vida cristianos. La Palabra de Dios afecta el ámbito de la conciencia personal y abre con esto paso a la tolerancia, a la libertad y a la coexistencia religiosas. Si bien el fruto de esto no se verá si no hasta después de cruentas guerras de religión cuyo contenido fue esencialmente político.
La teología tendrá una agenda abierta. No dependerá de otras instancias normativas sino de la Palabra de Dios, lo cual le permitió un dinamismo mayor. En los siglos siguientes, proliferaron las facultades de teología protestante en las universidades y se entregaron a un pensamiento creativo que, por otro lado, no siempre fue fiel al Evangelio, pero que sedimentó la permanencia de los valores en las sociedades europeas.
Nos causa sorpresa que, en Europa, sociedades que se consideran ateas, hoy siguen afirmando valores cristianos. Creen en la puntualidad, en la ética de trabajo, en el valor del ser humano, en el respeto al derecho ajeno, en la humanización de procesos sociales, en el Estado de Derecho, rectamente entendido. Proponemos aquí que se debe a que una legión de investigadores continúo manteniendo, en el plano ético, la discusión de los valores de esas comunidades. Disertaciones, Tesis, “Journals”, “Papers”, círculos de discusión, artículos de periódico y de revista, han mantenido vigentes los valores, en la comunidad científica y en las ciudades universitarias en torno a estos centros.
En Latinoamérica, abrazar el proyecto de Augusto Comte para la cultura y la educación superior en particular, condujo a expulsar a la filosofía y principalmente a la teología de la educación superior, para dar lugar a las ingenierías. El punto es que nuestras sociedades se quedaron sin interlocución con un aspecto central en la formación humana, ayuna del aporte del marco creador del pensamiento de occidente, la tradición judeocristiana.
Por otro lado, también es cierto que el ocaso de la edad media tampoco le permitió al protestantismo ver que se encontraba, “científicamente”, ante una nueva era. Lutero y su colega Felipe Melanchton se opusieron a los descubrimientos de Nicolas Copernico. De ahí resulta fácil decir que la reforma tampoco estaba dispuesta ni preparada para conducir la modernidad y evitar la secularización europea, que parecía inevitable, con o sin Reforma.
Si algo podemos aprender de la historia es que no podemos atravesarle a la locomotora de la ciencia el auto de nuestra comprensión de los descubrimientos científicos. Trasplantes, biomedicina, células madre y clonación son fenómenos a los que hay que responder individualmente en cada adelanto específico. No es procedente responder como sí se tratase de un asunto unitario.
El “libre examen”, una de las hermosas herencias de Lutero, no debe confundirse con libre interpretación. En América Latina, en donde han surgido nuevos “dones espirituales”; nuevos apostolados; nuevas sectas unitarias, el “libre examen” se ha constituido en una negación de la cristiandad.
Otra de las sombras de hoy es la forma en que el protestantismo ha escogido ignorar el daño que el sistema “legal” de América Latina ha hecho al hombre latinoamericano. Más grave aún ha sido no reconocer la mano del Partido Papista de Gregorio VII (1075-1083) tras ese sistema, producto del derecho positivo. El “derecho”, usado entonces y ahora como herramienta centralizadora del poder y favorable solo a las elites, merece una decidida respuesta evangélica. Ese sistema constituye un ataque frontal a la libertad del ser humano (Ver de esta autor, “Una vida con responsabilidad”).
Sombra también ha sido la decisión misionera norteamericana, seguida del liderazgo criollo, de no enseñar a los cristianos su responsabilidad afuera de las iglesias. Ni la vida cívica, ni el trabajo, ni la educación, ni el emprendimiento han sido tocados por la predicación o la Biblia Protestantes. Mientras los cristianos palmean alegremente en los templos, el liderazgo que los tiene bajo su influencia se pierde la oportunidad de enseñarles a pensar su mundo de manera evangélica.
Al salir de esos templos, los hombres y mujeres vuelven a su pobreza, a su ignorancia y subdesarrollo. Sin un rayito de luz de la visión transformadora de la educación cristiana. Sin entender el compromiso de la doctrina judeocristiana con el cambio de actitudes, instituciones y mentalidad. Sin poder unir el mandato cultural del Génesis con la Gran Comisión del Nuevo Testamento. Quienes han señalado esto, desde mediados del siglo pasado, se han hecho eco de Marx: “opio del pueblo”.
Todo esto se ha escogido cubrirlo con un manto de espiritualidad. Cuando se ha necesitado articularlo racionalmente se le ha llamado “una actitud apolítica”. Estas supuestas neutralidades toman postura a favor de la irresponsabilidad en esas áreas. De eso el protestantismo latinoamericano es, en general, harto culpable.