“Tu eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”, son las controversiales palabras cuya mejor interpretación se haya en la preeminencia de Pedro en el libro de los Hechos. Pedro predicó a los judíos y vio el ingreso de los judíos a la Iglesia (Hch. 2:14ss). Pedro fue enviado a los samaritanos a imponer las manos y ver como el Espíritu Santo daba el ingreso a la Iglesia a los samaritanos (Hch.8:14-17). Pedro es enviado a los gentiles, a la casa de Cornelio, el centurión romano, que representa el ingreso de los gentiles a la Iglesia (Hch. 10:30-33). Según Pedro, la roca es Cristo (1P.2:4-8) y sus escritos no llegan al "arrojo" paulino de afirmar "sed imitadores de mi como yo de Cristo". Por tanto, ¿incluye la autoridad de Pedro a Wojtyla y a todos los papas?
La respuesta de Hans Küng, renombrado teólogo católico, privado de su licencia como docente, es por demás interesante: “Una investigación cuidadosa de las fuentes del Nuevo Testamento en los últimos cien años ha mostrado que la constitución de esta iglesia, centrada en el obispo, no responde en modo alguno a la voluntad de Dios ni fue ordenada por Cristo, sino que es el resultado de un desarrollo histórico largo y problemático. Es obra humana y, por lo tanto, en principio, puede cambiarse”. (Hans Küng La Iglesia Católica, Pág. 44).
Küng es conciliarista, como lo fue Lutero y como lo fue el concilio de Constanza (1414-1418). Según el conciliarismo, es un concilio y no el Papa la máxima autoridad de la Iglesia. En esos años “la curia romana había llevado a la Iglesia al borde del desastre” (Pág. 155). “Los tres papas rivales fueron obligados a renunciar de sus cargos. Y mediante otro decreto posterior…el concilio de Constanza estableció la celebración continuada de concilios generales como el mejor medio para una reforma duradera de la iglesia” (Pág. 155). El próximo concilio se celebraría en cinco años y luego cada diez años se revisaría el estado de las reformas. Martin V, el próximo papa, se comprometió a ello y luego sepultó tales decisiones conciliares.
En 1870, el concilio Vaticano I sello el papismo de manera irreversible afirmando la "infalibilidad papal" por medio de la Bula Pater Aeternis. Desde entonces los esfuerzos de conciliaristas como Küng han terminado en una suerte de tribunales eclesiásticos con silencios impuestos o remoción de la cédula para enseñar teología católica. Esta claro que esa es la derrota oficial del conciliarismo ¿a manos de qué? A manos de la ideología papista. Küng dice del Nuevo Testamento: “En las comunidades paulinas no existía un episcopado monárquico ni un presbiterio ni la ordenación por imposición de manos” (Pág. 45).
Sin duda alguna, Karol Wojtyla (1920-2005) fue un hombre extraordinario. Yo le he conocido como filósofo tomista y he estudiado sus oportunas intervenciones políticas para liberar a su amada Polonia de manos del totalitarismo de izquierda, cosa que tenía en mente no solo a su país sino al Este europeo. También me interesó su vida como diplomático eclesiástico, por sus mensajes a cada nación, casi siempre atinados.
Sin embargo, también he oído sus desafortunadas diatribas en las que confunde productividad con materialismo y empresarialidad con ambición humana. Posturas dialécticas, conflictivas, a las que se les hace imposible reconciliar el trabajo con el espíritu, el capital con las ideas, y la creación material con la espiritualidad. Para mí, son rezagos del neoplatonismo agustiniano, del cual la Iglesia nunca se pudo desembarazar, como tampoco ha podido entender la economía fuera de la conflictividad marxista. Curiosamente, en estos últimos fallos, los católicos son cándidamente seguidos por los protestantes. ¿Santos? ¿Que los hombres tengan supererogación de méritos que puedan repartir a otros pecadores? No hay evidencia alguna de ello en la Biblia. Yo prefiero la enseñanza bíblica que insiste en que todos los creyentes son “apartados” o “santos”: es decir santificados para Dios.