Fisgoneando en el arcano pasado, concluimos que no estuvimos ahí para contar las cosas con la precisión que se requiere. Los estudiosos de la cultura del Cercano Oriente nos dicen que había en su mitología fuerzas que restringían las posibilidades de crear, pero la sustancia de esta discusión, en nuestro grupo, ha girado antes hasta el mareo, en torno a si el mito es parte del texto bíblico o no. Esto era una reedición de algo que en el grupo de “Fe en el mundo moderno”, en la universidad Francisco Marroquín, aparece de tiempo en tiempo. Hoy de nuevo nos visitó.
Sesudez sobre el tema se presenta en las parsimoniosas y brillantes disquisiciones de Amable Sánchez, preguntándose lo que el mito es y respondiendo con agudeza a su propia pregunta. Armando de la Torre, mi querido maestro de muchos temas, se ubica en el punto medio de la discusión con su siempre oportuna insistencia en la importancia de la revelación “desde arriba”. Yo soy el desquiciado que se opone a estos maestros del debate diciendo simplemente que la explicación del mito y de la revelación que escucho, son insuficientes frente al testimonio bíblico.
Varios toman la palabra para afirmar que el mito es bueno; “Armando sale al paso preguntando ¿pero hay verdad tras él? Porque los cristianos insistimos que esa verdad es normativa”. Y así surge el tema de “lo histórico”. Roberto Blum, con su estilo poco pretensioso y bonachón dice “bueno el Génesis, en sus primeros capítulos recurre al lenguaje mítico, pero luego conforme avanza el desarrollo del Antiguo Testamento lo histórico es innegable”. Valiente concesión de Roberto al punto que me siento tentado de preguntarle por "las diez plagas" y "el paso del mar rojo", pero creo adivinar la respuesta, mito será todo aquello en lo que haya un milagro.
Yo les observo y participo queriendo entender no los argumentos sino de dónde vienen, quién dice lo que dice y por qué cree como cree. Esto me tranquiliza en medio de mi profundo desacuerdo con los buenos hombres que se toman el tiempo para pensar en el significado de la fe para el mundo moderno. El ejercicio es respetuoso, fluido y a ratos, inesperado, como cuando adquiere carácter ¡sangriento! ¿Fluido? Si, a uno de los invitados, al hablar Roberto del problema del mal, le empieza una profusa hemorragia de nariz. Tuve el impulso, controlado por suerte, de preguntar a nuestro lúcido pero destilante Gabriel Zanotti “¿persistirás en tu desacuerdo conmigo?”. A pesar que mi broma fue solo pensada, de todos modos los comentarios alusivos tambien manaron.
Mi punto era que la idea del mito se nos ocurre por lo que calificamos como lenguaje simbólico de la revelación. Pero contra argumenté que los símbolos no se interpretan con símbolos sino con base a la realidad literal que está detrás del símbolo. Nadie niega, dije, la existencia del lenguaje simbólico. Lo que cuestionamos es usar esa concepción del símbolo para apoyar la ideología de que frente al símbolo tenemos que guardar silencio en vez de interpretarlo. Insistí, atrevidamente, que esa postura es ideológica dando a entender que son otros, "los expertos" autorizados para interpretar el texto y no nosotros.
Concluí, con aplomo que debió parecer ensayado, que en esa postura damos la impresión que Dios en lugar de darse a conocer por medio de la revelación, está más bien escondiéndose en ella. Por supuesto, no hubo elogios ni desacuerdos con mi punto, pero Armando asintió cuando identifiqué la revelación con la idea que Amable había atribuido al mito, solo que en mi caso, “desde arriba”: revelación es un contenido; Dios da a conocer al hombre lo que éste de ninguna otra manera podría conocer. Los argumentos siguieron y, curiosamente, cuando terminamos cesó también la hemorragia de Gabriel. De seguir la discusión, Gabriel hubiera sido transfundido. Julián y yo caminamos al parqueo mientras reflexionábamos en la importancia de dar al texto su lugar como factor original y originante de todas estas preocupaciones.
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