sábado, 16 de enero de 2010

La Biblia y el terremoto en Haití

¿Es la tragedia de un pueblo una bendición disfrazada? El pastor Pat Robertson, en su Cadena de Televisión, opinaba que el terremoto de Haití lo produjo el paganismo de esa nación, "que celebró, en algún momento, pacto con el diablo, a cambio de ser liberados de los franceses". No deja de inquietar que, interpretaciones como las de Robertson, parecen sugerir que los pecados de los paganos tradicionales, los pobres, son peores que los pecados de los “neopaganos”, las naciones ricas.

Los terremotos se han repetido en nuestra geografía recientemente. En 1972 le tocó a Nicaragua; en 1976 Guatemala fue devastada; en el 2001 y en el 2009 fue sacudido El Salvador. En 1985 y en el 2009 le tocó a México; en 2007, 2008 y 2009 la tragedia visitó al Perú. Nos detenemos ahí por que la lista es larga. ¿Tienen significado teológico estas tragedias?

¿Puede Dios juzgar a un pueblo con un terremoto? ¿Quiere Dios hacerlo? Para empezar, aceptemos lo obvio, estos terremotos han sucedido, son hechos innegables. Si creemos que ningún evento escapa el control de Dios, tendremos que aceptar que un terremoto no toma a Dios por sorpresa. La Biblia afirma que Dios es soberano y, si el quiere, puede actuar así. En todo caso, no creemos que sea un juicio más grave que el que merecen las naciones prósperas que se han alejado de Dios.

Por otro lado, los ciclos de tragedia de la tierra son parte de la maldición que la desobediencia de nuestros primeros padres atrajo sobre ella. Ríos que salen de sus causes; lluvias prolongadas que inundan la tierra; sunamis y terremotos, traen a la memoria del hombre, que ecológicamente, este no es el mejor de los mundos posibles, como dijera Voltaire, frente al mas destructivo terremoto de su día, el terremoto de Lisboa de 1755.

Tampoco es cierto que todos los hombres respondan en fe frente a una catástrofe. El caso de Voltaire, removido de los hechos, desde Francia, acentúa su incredulidad frente a esa catástrofe de su siglo. En todo caso, es el remanente, el resto santo, el piadoso, quien responde en fe, frente a las bravatas de la naturaleza.

Ciertamente, usando estándares teológicos, Haití exhibía grandes niveles de idolatría. Pero los hay también en Londres, Zúrich o Nueva York. Los dioses varían, en unos son esculturas, en otros son la belleza, la inteligencia y el dinero. En los países “cultos”, la salud, la tecnología, el materialismo y el poder, son dioses. Uno y otro paganismo merecen el juicio de Dios, porque destruyen al ser humano y se olvidan de Dios. Esa es la razón por la que Dios juzga a los pueblos. No por su tecnología, ni por su conocimiento, ni por los avances en la carrera espacial. Dios juzga al hombre por lo que hace contra el hombre y por el lugar que da a Dios en su instituciones y actitudes.

Frank Etienne, el artista haitiano que mejor captura la muerte de las instituciones en su país dice “en Europa hay caos, aquí hay anarquía”. En donde no hay justicia, no hay instituciones, no hay familias, en donde prevalece la cultura de la muerte y los hombres se hayan sepultados en la indiferencia al prójimo, en la desidia y en el despropósito total, quizá la medida extrema de Dios, sea despertarlos de “la muerte en vida” que llevan encima.

Yo no veo en esa descripción que hice una gran diferencia frente a Guatemala, con sus 6,500 muertos al año. Una Iglesia ineficaz que predica vida en el mas allá, en medio de una cultura de muerte. No es diferencia de naturaleza, será de grado nada más. Vivimos con la misma apatía al prójimo, la misma desidia y despropósito total. Si el púlpito no truena, rugirá la tierra. Si el corazón no gime por Dios, palpitará el subsuelo.

Si Dios habla asi a una nación que se encuentra en ese estado, será un llamado de misericordia. El dice despierten, que es hora de cambiar. Eso, mientras las naciones prósperas, se complacen en los mismos pecados y exhiben, en su aparente bienestar, su propio juicio, siendo objeto del olvido de Dios. Cuando la tierra brama y cuando no, Dios sigue siendo, igualmente, misericordioso.

domingo, 3 de enero de 2010

La Biblia y el principio y fin del mundo

¿Qué dice la Biblia sobre el fin del mundo? Este tópico parece tenebroso al empezar un nuevo año. Pero por vía de justificación, permítasenos decir que esta temática es fuertemente sugerida por los astrofísicos. En efecto, es ahora la ciencia la que plantea el tema del fin del mundo. Pero la ciencia al plantearse el fin lo hace teniendo en mente los orígenes del universo. Ni mas ni menos que como la Biblia, la ciencia se refiere a ambos temas. El interés de los científicos en los origenes y en el fin de la tierra nos invita a reflexionar sobre lo mismo. Nos sorprende la coincidencia que los cientificos muestran con el punto de vista bíblico.

El tema de los orígenes se haya claramente enseñado en la Biblia. Dios es el autor de todo cuanto existe, expresado vigorosamente en el “merismo”, figura hebrea presente en el primer verso de Génesis: “en el principio creo Dios los cielos y la tierra”. Consiste el merismo en la mención de dos planos opuestos para incluir todo lo que se haya comprendido entre ellos.

En Génesis 1 y 2 se afirma la soberanía de Dios sobre la creación. En el plano de la creación es donde se proyecta la elección de Dios sobre la vida de los hombres. La elección y la gracia de Dios suceden en el ámbito de la creación. La palabra creativa, µyhil¿aÔ rm,aYœw"" waomer Elohim, ‘y dijo Dios’, tan patente en los primeros dos capítulos del Génesis, reitera la soberanía divina y explica porque Dios tiene derechos sobre los hombres y su mundo desde el momento de su creación. En lo sucesivo, la lectura somera de las Escrituras revela términos como llamar, apartar, conocer, que son el lenguaje mismo de la elección (Gn. 12:1-3; 15:1-21; 17:1-22; 18:17-19; 22:15-18; 26:2-5, 24; 28:13-15).

De la misma manera, la Biblia habla de un mudar la creación. Pero este cambio consiste en un juicio divino y por ello no ocurrirá sin alguna forma de cataclismo. Por eso leemos que "cielo y tierra pasarán" (Mt. 24:35), huirán ante el rostro "del que está sentado en el trono" y "ningún lugar se encontró para ellos" (Ap. 20:11); el cielo y la tierra serán sacudidos y removidos de su lugar (Hch. 12:26s); serán enrollados como un pergamino (Is. 34:4); envejecerán como un vestido gastado (Is. 51:6; Sal. 102:26); y serán consumidos por fuego (2 P: 3:7,10).

Algunos científicos postulan que el Big Bang es el origen del universo. Se lo describe como una gigantesca liberación de energía que dio origen a los planetas, galaxias, estrellas lejanas y soles. Pero, aseguran también que las puso en movimiento y que el rumbo que tales estrellas llevan o la velocidad con la que se alejan unos de otros, es producto de esa inimaginable liberación de energía inicial.

En cuanto al fin de la vida, la ciencia dice que concurre con esa misma tendencia a la disgregación o separación de los planetas frente a sus soles y sistemas. Por ello llegará a terminarse la vida en la tierra en medio de grandes cataclismos debatiéndose si por frio o excesivo calor.

Podría decirse que, hasta aquí, en cuanto al punto de inicio y fin de la tierra en líneas muy generales, los científicos y la Biblia coinciden. Sin embargo, lo sorprendente es que Dios no solo anuncia el juicio sino promete una nueva creación más espectacular y admirable que la primera (Is. 65:17-25, 66:22ss, cf. 11:6-9, 43:18s, 44.6s, 48:6s, cf. Am. 9:13s, Ez. 47:1-12, Os. 2:18-23). Hasta ahí no llega la ciencia, porque esta es la palabra de esperanza que la Biblia ofrece a los que creen. Por eso, esta es una buena reflexión para iniciar el año 2010.