¿Es la tragedia de un pueblo una bendición disfrazada? El pastor Pat Robertson, en su Cadena de Televisión, opinaba que el terremoto de Haití lo produjo el paganismo de esa nación, "que celebró, en algún momento, pacto con el diablo, a cambio de ser liberados de los franceses". No deja de inquietar que, interpretaciones como las de Robertson, parecen sugerir que los pecados de los paganos tradicionales, los pobres, son peores que los pecados de los “neopaganos”, las naciones ricas.
Los terremotos se han repetido en nuestra geografía recientemente. En 1972 le tocó a Nicaragua; en 1976 Guatemala fue devastada; en el 2001 y en el 2009 fue sacudido El Salvador. En 1985 y en el 2009 le tocó a México; en 2007, 2008 y 2009 la tragedia visitó al Perú. Nos detenemos ahí por que la lista es larga. ¿Tienen significado teológico estas tragedias?
¿Puede Dios juzgar a un pueblo con un terremoto? ¿Quiere Dios hacerlo? Para empezar, aceptemos lo obvio, estos terremotos han sucedido, son hechos innegables. Si creemos que ningún evento escapa el control de Dios, tendremos que aceptar que un terremoto no toma a Dios por sorpresa. La Biblia afirma que Dios es soberano y, si el quiere, puede actuar así. En todo caso, no creemos que sea un juicio más grave que el que merecen las naciones prósperas que se han alejado de Dios.
Por otro lado, los ciclos de tragedia de la tierra son parte de la maldición que la desobediencia de nuestros primeros padres atrajo sobre ella. Ríos que salen de sus causes; lluvias prolongadas que inundan la tierra; sunamis y terremotos, traen a la memoria del hombre, que ecológicamente, este no es el mejor de los mundos posibles, como dijera Voltaire, frente al mas destructivo terremoto de su día, el terremoto de Lisboa de 1755.
Tampoco es cierto que todos los hombres respondan en fe frente a una catástrofe. El caso de Voltaire, removido de los hechos, desde Francia, acentúa su incredulidad frente a esa catástrofe de su siglo. En todo caso, es el remanente, el resto santo, el piadoso, quien responde en fe, frente a las bravatas de la naturaleza.
Ciertamente, usando estándares teológicos, Haití exhibía grandes niveles de idolatría. Pero los hay también en Londres, Zúrich o Nueva York. Los dioses varían, en unos son esculturas, en otros son la belleza, la inteligencia y el dinero. En los países “cultos”, la salud, la tecnología, el materialismo y el poder, son dioses. Uno y otro paganismo merecen el juicio de Dios, porque destruyen al ser humano y se olvidan de Dios. Esa es la razón por la que Dios juzga a los pueblos. No por su tecnología, ni por su conocimiento, ni por los avances en la carrera espacial. Dios juzga al hombre por lo que hace contra el hombre y por el lugar que da a Dios en su instituciones y actitudes.
Frank Etienne, el artista haitiano que mejor captura la muerte de las instituciones en su país dice “en Europa hay caos, aquí hay anarquía”. En donde no hay justicia, no hay instituciones, no hay familias, en donde prevalece la cultura de la muerte y los hombres se hayan sepultados en la indiferencia al prójimo, en la desidia y en el despropósito total, quizá la medida extrema de Dios, sea despertarlos de “la muerte en vida” que llevan encima.
Yo no veo en esa descripción que hice una gran diferencia frente a Guatemala, con sus 6,500 muertos al año. Una Iglesia ineficaz que predica vida en el mas allá, en medio de una cultura de muerte. No es diferencia de naturaleza, será de grado nada más. Vivimos con la misma apatía al prójimo, la misma desidia y despropósito total. Si el púlpito no truena, rugirá la tierra. Si el corazón no gime por Dios, palpitará el subsuelo.
Si Dios habla asi a una nación que se encuentra en ese estado, será un llamado de misericordia. El dice despierten, que es hora de cambiar. Eso, mientras las naciones prósperas, se complacen en los mismos pecados y exhiben, en su aparente bienestar, su propio juicio, siendo objeto del olvido de Dios. Cuando la tierra brama y cuando no, Dios sigue siendo, igualmente, misericordioso.
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