“La Biblia no es más que mitos y
leyendas” dicen algunos amigos. Por supuesto, viven muy a prisa como para
esperar una respuesta a esa afirmación. Se quejan de la muerte de Dios y de los
valores en la sociedad contemporánea pero no quieren escuchar cómo, anterior a
la duda sobre Dios, cayó la bibliología despedazada por Spinoza, Jean Astruc y
Julius Whellhausen. Convertida en libro de retazos, la postura ideológica de
sus descuartizadores es desacreditarla “cuando contradiga lo que yo creo.”
¿Qué hacemos con el hecho de que
el mundo en el cual vivimos, su geografía e historia son virtualmente los mismos
que se describen en la Biblia con sus regiones, ríos, montes y ciudades? ¿Es la
ausencia de fechas en Génesis 1 al 11 algo que debe molestarnos? Siempre se ha
dicho que las eras geológicas y los periodos largos de una tierra con
apariencia de edad al menos pueden caber en esta parte cuya duración ignoramos.
De modo que la historicidad de la Biblia no está emparentada con las fechas de
la creación sugeridas por el obispo Usher.
La historia de la Biblia es historia sagrada, es teológica y no
cronológica a pesar de su insistencia en reyes, faraones imperios, guerras,
fechas y regiones.
Claro, en los años 1800 se decía
que Ur la ciudad de Abraham no existió, hasta que las excavaciones de Leonard
Woolley entre 1922-34 descubrieron el inmenso zigurat de la inconfundible Ur.
El nombre de “Abram” aparece en registros mesopotámicos indicando que era un
nombre común. Las ciudadanías mencionadas en Génesis concuerdan con los pueblos
de la época. Otras características como tratados, precios de esclavos y rasgos
del Cercano Oriente concuerdan con la geografía e historia bíblicas de la
época patriarcal.
La ruta comercial que a lo largo de la creciente fértil concuerda con los movimientos de las épocas patriarcales.
Los lugares descritos en el registro bíblico de la ruta de Abraham incluyen
Haram, Anatolia, recientemente descubierta y excavada, hacia Siria, hasta
llegar a Canaán y coinciden con la geografía de hoy. El estilo de vida nómada, los rebaños y costumbres de la vida de los patriarcas era la característica de los
siglos dieciocho y diecinueve A. C. El
nombre de Moisés es egipcio y puesto por la hija de faraón, con las radicales
que aparecen también en Ra-Meses y Thut-Moses. Además, los nombres, fiestas,
comidas, lugares y deidades mencionadas en esa época son familiares a las culturas hebrea y egipcia.
Podríamos continuar con el Éxodo,
David (rey aludido en inscripción descubierta en 1993 por el arqueólogo Abraham
Biran) y Salomón hasta los reyes de Israel, pero es un suplicio para el cual la
ideología que menoscaba el texto bíblico no tiene tiempo ni está preparada. Es más
fácil confesar “yo creo en la tradición que modifica, interpreta y califica a
la Escritura.”
Tiene mucho en contra quien dice “yo
no creo en la sola escritura.” ¿De dónde saca el creyente la autoridad para
creer en la revelación si el testimonio que de ella tenemos en las Escrituras
es anulado? ¿Qué sucede si le aplicamos el
teorema regresivo a la tradición? Si volvemos sobre ella hacia ayer, hacia el
día anterior, y sucesivamente hasta el primer día ¿qué encontramos? Nuestro
propio rostro. ¿De donde obtiene la tradición su carácter revelado, su
naturaleza inspirada y por supuesto su autoridad misma? Solo queda decir que el
tiempo es lo que le otorga rasgos de misterio a la tradición. El paso del
tiempo no convierte el rito o la idea humana en divinos, de modo que o
encontramos su autoridad en la Palabra de Dios o estamos frente a nuestro
propio rostro.
No importa aclarar que en la
Biblia la interpretación es literaria, que las figuras del lenguaje se
interpretan como tales, que el orígen de los oficios, del trabajo, de la
sociedad, el intercambio, la moneda, de la familia, del cultivo de la tierra,
de la literatura, del registro genealógico e histórico, aparecen ya en las
primeras páginas del Génesis. De nada sirve, si la postura ideológica dice:
solo son mitos y leyendas. Con ese artefacto ideológico se serrucha la rama misma
en donde está sentado quien hace tal afirmación.