Fundadora del Instituto Evangélico América Latina, Anita Beatriz Espinoza Treviño de Zapata, falleció hoy, sábado 2 de noviembre, por la tarde, según lo anunció la página de Facebook de esa entidad
https://www.facebook.com/alatina.org?fref=ts. Resumimos su vida en una frase: miles de estudiantes
lloraron y rieron con ella. Desde infantes salidos de los brazos de su madre
hasta chicos que se creyeron adultos, no teniendo más de 15 años. Nos referimos a generación
tras generación, que le amó, le admiró y se llevó de ella los más hermosos
recuerdos. Mexicana por nacimiento y guatemalteca por elección, doña Beatriz
entregó a la juventud una forma de motivación respetuosa y amigable sirviendo a
los guatemaltecos por más de 50 años.
Su filosofía era querer a los jóvenes y señoritas, motivarlos, haciendo
de sus pequeños logros una fiesta de reconocimientos, de diplomas y medallas, dándoles
el estímulo que ni en su casa recibían. Una estrategia fantástica de motivación
y construcción del auto estima, tan dañada entre los pobres de Guatemala a
quienes sirvió. Por supuesto, vano sería describir una vida tan hermosa aparte
de lo que le dio valor. Hija de ministros evangélicos, aprendió de joven todo
lo que esta en juego en el servicio cristiano. Amó a Dios profundamente y modeló
la compasión de Jesús en el trato amoroso a la juventud a la que evangelizó y
enseñó la Biblia con su ejemplo. Una misionera en todo el sentido del término.
La Iglesia evangélica recibió en los años 50s a una joven cantante y
educadora cristiana que acompañaba a su esposo en la tarea de fundar un colegio
evangélico en 1954. Una dama elegante y bella, de mirada expresiva que igual
servía a Dios con su dulce voz, o tocando el piano, o bien organizando
graduaciones y retiros estudiantiles. Deslumbrante persona, con dones y
habilidades extraordinarios, oradora fantástica y fina diplomacia, cuya única
visión era servir a su señor. Su entrega a la Iglesia de Guatemala fue una
entrega a los pobres del país quienes, en algunos casos, no le comprendieron, cosa natural a la condición humana.
Doña Beatriz, era una mujer segura de si misma, asertiva, características basadas en su fe y con un
sentido del humor digno de aprender a reír con ella. Sus dichos y apodos
pegaban entre los jóvenes, sus cantos y juegos educaron a varias generaciones.
Mujer trabajadora, de largas jornadas, para hacer con sus propios recursos
tareas muy grandes, fueran secretariales o de organización. El espíritu que
formó el IEAL y quedó rondando en campamentos y aulas, lo forjó con sus
consejos sabios y su estilo casual ésta amorosa madre de varias generaciones. Su
trato con los ex alumnos fue igual, amigable y respetuoso, pero continuó
aconsejándoles sobre cómo ser mejores profesionales y personas. En 1998 escribió
el libro “Mamá por etapas,” una obra orientadora basada en vivencias y principios bíblicos, traducida luego al
inglés.
Recibió en su casa a jóvenes del interior del país que necesitaban una
oportunidad. Fue hospedadora abriendo las puertas de su hogar a extranjeros y
nacionales, especialmente, a siervos y siervas de Dios que necesitaron un lugar
para reposar, aun cuando fuera por unas horas. Su mesa siempre fue pletórica,
generosa para jóvenes hambrientos de afecto tanto como de alimentos.
Cuántos desvelos, cuántos mensajes, cuántas oraciones, cuántas lágrimas,
cuántas clases, cuántos viajes a Monte Sión, cuántas caravanas, nada de lo
dicho aquí puede ni siquiera sugerir su hermosa labor. Sus hijos y nietos son un colash de sus
mejores cualidades, que aquí no pretendemos agotar. Activa siempre, pensando en
todo, orando sin cesar, pero cansada por una vida larga de servicio, en los
últimos años se había recluido para afrontar la vejez con la dulzura que
ejemplificó siempre. Dios ha multiplicado ya entre sus muchas generaciones de hijos, otros
que sirven como ella. Creo unirme a un gran coro de pensamientos y corazones al
decir, humildemente, ¡Gracias doña Beatriz!
Amén.