domingo, 17 de noviembre de 2013

Principio y fin de la teología

         Las primeras letras de la Biblia hebrea son “En el principio Creo Dios.”[1]  Tres palabras en el original. La última sección del último libro de la Biblia hebrea, 2 Crónicas 36, terminan con “el primer año de Ciro Rey de los persas…”
         ¿Qué significado tiene eso? Que el Dios que empieza como rey soberano disponiendo del proceso creativo, derrotando a las fuerzas de lo inanimado, ahora debe mencionar a otro rey, Ciro, bajo cuya autoridad se encuentra toda la tierra y en especial el pueblo de Dios.
         Pero lo paradójico es que a diferencia del primer hombre y de la primera mujer, este rey pagano reconoce que “Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra. [2] Un eco lejano de "He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer."[3] Ciro tiene una perspectiva teológica del poder, por ello, alienta al pueblo a volver del exilio, autoriza a lo que queda de Israel a construir el templo.
         Al hablar de teología uno no puede sino imitar a Ciro. Reconocer que así como lo de Ciro era el poder y, según él, Dios se lo había dado, para el teólogo, lo suyo es conocer a Dios, y no se puede menos que reconocer que de Dios hemos recibido todo.
         Al empezar a hablar de teología toma sentido la soberanía de Dios, su gracia, su obra de amor en la creación, su paciencia y su obra total a favor del hombre. El hombre aporta su rebelión, su desobediencia, su radical finitud y su permanente traición, Dios aporta el perdón.




[1] Gn. 1:1
[2] 2 Cron. 36  
[3] Gn.1:29

sábado, 2 de noviembre de 2013

“Doña Beatriz,” 1932-2013

Fundadora del Instituto Evangélico América Latina, Anita Beatriz Espinoza Treviño de Zapata, falleció hoy, sábado 2 de noviembre, por la tarde, según lo anunció la página de Facebook de esa entidad https://www.facebook.com/alatina.org?fref=ts. Resumimos su vida en una frase: miles de estudiantes lloraron y rieron con ella. Desde infantes salidos de los brazos de su madre hasta chicos que se creyeron adultos, no teniendo más de 15 años. Nos referimos a generación tras generación, que le amó, le admiró y se llevó de ella los más hermosos recuerdos. Mexicana por nacimiento y guatemalteca por elección, doña Beatriz entregó a la juventud una forma de motivación respetuosa y amigable sirviendo a los guatemaltecos por  más de 50 años.
Su filosofía era querer a los jóvenes y señoritas, motivarlos, haciendo de sus pequeños logros una fiesta de reconocimientos, de diplomas y medallas, dándoles el estímulo que ni en su casa recibían. Una estrategia fantástica de motivación y construcción del auto estima, tan dañada entre los pobres de Guatemala a quienes sirvió. Por supuesto, vano sería describir una vida tan hermosa aparte de lo que le dio valor. Hija de ministros evangélicos, aprendió de joven todo lo que esta en juego en el servicio cristiano. Amó a Dios profundamente y modeló la compasión de Jesús en el trato amoroso a la juventud a la que evangelizó y enseñó la Biblia con su ejemplo. Una misionera en todo el sentido del término.
La Iglesia evangélica recibió en los años 50s a una joven cantante y educadora cristiana que acompañaba a su esposo en la tarea de fundar un colegio evangélico en 1954. Una dama elegante y bella, de mirada expresiva que igual servía a Dios con su dulce voz, o tocando el piano, o bien organizando graduaciones y retiros estudiantiles. Deslumbrante persona, con dones y habilidades extraordinarios, oradora fantástica y fina diplomacia, cuya única visión era servir a su señor. Su entrega a la Iglesia de Guatemala fue una entrega a los pobres del país quienes, en algunos casos, no le comprendieron, cosa natural a la condición humana.
Doña Beatriz, era una mujer segura de si misma, asertiva, características basadas en su fe y con un sentido del humor digno de aprender a reír con ella. Sus dichos y apodos pegaban entre los jóvenes, sus cantos y juegos educaron a varias generaciones. Mujer trabajadora, de largas jornadas, para hacer con sus propios recursos tareas muy grandes, fueran secretariales o de organización. El espíritu que formó el IEAL y quedó rondando en campamentos y aulas, lo forjó con sus consejos sabios y su estilo casual ésta amorosa madre de varias generaciones. Su trato con los ex alumnos fue igual, amigable y respetuoso, pero continuó aconsejándoles sobre cómo ser mejores profesionales y personas. En 1998 escribió el libro “Mamá por etapas,” una obra orientadora basada en vivencias y principios bíblicos, traducida luego al inglés.   
Recibió en su casa a jóvenes del interior del país que necesitaban una oportunidad. Fue hospedadora abriendo las puertas de su hogar a extranjeros y nacionales, especialmente, a siervos y siervas de Dios que necesitaron un lugar para reposar, aun cuando fuera por unas horas. Su mesa siempre fue pletórica, generosa para jóvenes hambrientos de afecto tanto como de alimentos.

Cuántos desvelos, cuántos mensajes, cuántas oraciones, cuántas lágrimas, cuántas clases, cuántos viajes a Monte Sión, cuántas caravanas, nada de lo dicho aquí puede ni siquiera sugerir su hermosa labor.  Sus hijos y nietos son un colash de sus mejores cualidades, que aquí no pretendemos agotar. Activa siempre, pensando en todo, orando sin cesar, pero cansada por una vida larga de servicio, en los últimos años se había recluido para afrontar la vejez con la dulzura que ejemplificó siempre. Dios ha multiplicado ya  entre sus muchas generaciones de hijos, otros que sirven como ella. Creo unirme a un gran coro de pensamientos y corazones al decir, humildemente, ¡Gracias doña Beatriz!  Amén.