En una mesa de juego, sea de dados,
cartas o ruleta, las posibilidades de que la mesa gane son siempre más altas. Por
eso hay más jugadores quebrados que
casinos en bancarrota. Digamos que en general en la ruleta las posibilidades de
perder para la casa son de uno en 38. El casino no necesita saber cuándo perderá
solo necesita saber que ganará en la ruleta 38 veces más que el apostador.
Esa es una idea que la mecánica
cuántica apoya. No se sabe con precisión en donde está el electrón de una
minúscula partícula, solo se sabe en donde posiblemente esta. El universo según
los físicos funciona de esa manera. Toda la materia en el universo --nos dicen-- está hecha por átomos y partículas subatómicas que están gobernadas por la probabilidad
y no por la certeza. Eso que pareció tan grotesco a Einstein, que es como si el
universo fuese un juego de dados, es liberador en otros sentidos.
Contra intuitivo como suena vivir
en un mundo cuya materia fundamental es producto de la probabilidad ha servido
para diseñar el laser, los transistores y la tecnología de información digital, las cuales son aplicaciones de la mecánica cuántica. Sin embargo, si bien es altamente
útil, los físicos aun discuten qué es realmente la mecánica cuántica. La teoría
de Niel Bohr es que al medir la partícula esta rehúsa a todas otras
posibilidades para encontrar su posición en donde fue medida. Por ejemplo, la libertad resulta tan misteriosa para el ser humano que solo la podemos visualizar cuando se ha trasformado en una acción concreta.
Para Einstein, en el caso de la física, esa idea es una
incompleta descripción del universo. No es que la partícula sea caprichosa,
multiversa y probabilista, es que no se ha llegado realmente a la comprensión
general de ella. Quizá como los planetas eran “errabundos” (gr. Planetai) hasta
no haber sido vistos en relación al sol, así creía Einstein que hace falta el
factor explicativo central de la mecánica cuántica.
Bohr replico a la frase “Dios no
juega a los dados” (Einstein) diciendo “No le digas a Dios que debe hacer.”
Esta es una fantástica forma de relacionar a Dios y al mundo de la física y la
ciencia. Los físicos nos piden que no metamos a Dios en este cuadro porque
están por descubrir el paso final que deja a Dios afuera del todo. Entonces nos
piden paciencia y tiempo para resolverlo o para confirmarlo, yo no tengo
problemas en conceder ambas cosas, aun millones y millones de años, los mismos
que se han requerido para producir algo de la nada.
Eso suena bien, hasta que
llegamos a las ecuaciones irreconciliables entre la teoría de la relatividad y
las de la física cuántica. No importa, dicen los físicos, “si te parece
racional o no, solo pruébalo matemáticamente.” Esto me parece crédulo si no irracional pero quizá útil para la fe. Para el teista
cristiano la fe es la compañera inseparable de la ciencia. A esa conclusión
llegó Francis S. Collins, director,
a partir de 1992, del proyecto del genoma humano, que empezó como ateo y a quien la ciencia
le llevó a Dios. A él no le asusta que la ciencia en un futuro explique más
cosas relacionadas a los orígenes. El teísta no piensa que esa búsqueda carezca
de valor, pero si diferencia entre un mecanismo
como explicación y el agente que dio
origen al mecanismo.
No tiene relación científica directa pero al
menos la mecánica quántica le permite entender al científico como la oración es posible,
la soberanía de Dios en el universo es factible, un Dios que conoce el pasado y el futuro simultáneamente y
que es a la vez omnisciente, omnipresente (entanglement) y todo poderoso es ciertamente
concebible siguiendo el modelo de la mecánica cuántica. Igual que a la física hoy le es difícil determinar cómo la materia puede ser trascendente e inmanente a la vez (entanglement), Dios es inmanente y trascendente, y por ende puede ser personal. Una vez se ha postulado la eternidad de la materia, una categoría también teológica, ese salto a la fe en un Dios personal es un pequeño paso.
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