martes, 4 de junio de 2013

Mecánica quántica y Dios

En una mesa de juego, sea de dados, cartas o ruleta, las posibilidades de que la mesa gane son siempre más altas. Por eso hay más jugadores quebrados que casinos en bancarrota. Digamos que en general en la ruleta las posibilidades de perder para la casa son de uno en 38. El casino no necesita saber cuándo perderá solo necesita saber que ganará en la ruleta 38 veces más que el apostador.
Esa es una idea que la mecánica cuántica apoya. No se sabe con precisión en donde está el electrón de una minúscula partícula, solo se sabe en donde posiblemente esta. El universo según los físicos funciona de esa manera. Toda la materia en el universo --nos dicen-- está hecha por átomos y partículas subatómicas que están gobernadas por la probabilidad y no por la certeza. Eso que pareció tan grotesco a Einstein, que es como si el universo fuese un juego de dados, es liberador en otros sentidos.
Contra intuitivo como suena vivir en un mundo cuya materia fundamental es producto de la probabilidad ha servido para diseñar el laser, los transistores y la tecnología de información digital, las cuales son aplicaciones de la mecánica cuántica. Sin embargo, si bien es altamente útil, los físicos aun discuten qué es realmente la mecánica cuántica. La teoría de Niel Bohr es que al medir la partícula esta rehúsa a todas otras posibilidades para encontrar su posición en donde fue medida. Por ejemplo, la libertad resulta tan misteriosa para el ser humano que solo la podemos visualizar cuando se ha trasformado en una acción concreta. 
Para Einstein, en el caso de la física, esa idea es una incompleta descripción del universo. No es que la partícula sea caprichosa, multiversa y probabilista, es que no se ha llegado realmente a la comprensión general de ella. Quizá como los planetas eran “errabundos” (gr. Planetai) hasta no haber sido vistos en relación al sol, así creía Einstein que hace falta el factor explicativo central de la mecánica cuántica.
Bohr replico a la frase “Dios no juega a los dados” (Einstein) diciendo “No le digas a Dios que debe hacer.” Esta es una fantástica forma de relacionar a Dios y al mundo de la física y la ciencia. Los físicos nos piden que no metamos a Dios en este cuadro porque están por descubrir el paso final que deja a Dios afuera del todo. Entonces nos piden paciencia y tiempo para resolverlo o para confirmarlo, yo no tengo problemas en conceder ambas cosas, aun millones y millones de años, los mismos que se han requerido para producir algo de la nada.
Eso suena bien, hasta que llegamos a las ecuaciones irreconciliables entre la teoría de la relatividad y las de la física cuántica. No importa, dicen los físicos, “si te parece racional o no, solo pruébalo matemáticamente.” Esto me parece crédulo si no irracional pero quizá útil para la fe. Para el teista cristiano la fe es la compañera inseparable de la ciencia. A esa conclusión llegó Francis S. Collins, director, a partir de 1992, del proyecto del genoma humano, que empezó como ateo y a quien la ciencia le llevó a Dios. A él no le asusta que la ciencia en un futuro explique más cosas relacionadas a los orígenes. El teísta no piensa que esa búsqueda carezca de valor, pero si diferencia entre un mecanismo como explicación y el agente que dio origen al mecanismo.  
No tiene relación científica directa pero al menos la mecánica quántica le permite entender al científico como la oración es posible, la soberanía de Dios en el universo es factible, un Dios que conoce el pasado y el futuro simultáneamente y que es a la vez omnisciente, omnipresente (entanglement) y todo poderoso es ciertamente concebible siguiendo el modelo de la mecánica cuántica. Igual que a la física hoy le es difícil determinar cómo la materia puede ser trascendente e inmanente a la vez (entanglement), Dios es inmanente y trascendente, y por ende puede ser personal. Una vez se ha postulado la eternidad de la materia, una categoría también teológica, ese salto a la fe en un Dios personal es un pequeño paso.  

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