Señalamos aquí algunas actitudes e influencias culturales que tienen graves consecuencias teológicas sobre nuestra predicación. Esas actitudes destruyen la esencia de la espiritualidad bíblica, fundada en la libertad y la responsabilidad.
1. La definición defectuosa de la espiritualidad. Se cree que espiritualidad es aquello que nada tiene que ver con la materialidad. La definición correcta dice que espiritualidad es someter al control del Espíritu todas las áreas de la vida.
2. Preferir la prosperidad antes que la productividad. El materialismo, la superficialidad y el despilfarro son vicios culturales aprendidos y no señal de la bendición de Dios. El estilo de vida simple es una mejor forma de servir al señor y es la esencia tras la frase paulina “todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Nunca separemos la prosperidad de la productividad.
3. El movimiento misionero no enseñó responsabilidad cívica. A pesar de venir de una nación que tenía claras muchas ideas y resueltos muchos problemas (económicos y jurídicos), escogió limitar la ética de la conversión a unos pocos temas. Es que además su nación tenía una visión cívica frente a lo religioso, es decir, no sólo le pedimos a Dios el cambio sino que él nos declara responsable de efectuarlo. En el campo misionero promovieron una visión religiosa ante lo cívico: pidamos a Dios que el haga los cambios.
4. La interpretación incompleta de Lutero. Si podemos oponernos a la Iglesia por estar equivocada en su doctrina, por qué no oponernos al sistema de derecho sobre el cual esta asentada esa iglesia. Lutero se opuso a la Iglesia y al sistema jurídico sobre el que se asentaba, rechazando el derecho imperial y el derecho canonico.
5. La indiferencia a las responsabilidades locales. Los principales problemas que la sociedad tiene hoy se resuelven al nivel del poder local municipal: las pandillas, la inseguridad policial, el irrespeto al derecho ajeno. Es urgente poner el presidencialismo de cabeza, es decir, al servicio del pueblo y hacer valer la legislación que protege al ser humano.
6. La esperanza en que los hombres buenos nos gobiernen. En donde los hombres gobiernan las leyes no gobiernan. Las leyes existen para hacer predecible la conducta, de otra manera impredecible, de los hombres.
7. El ímpetu de perfeccionar la sociedad a fuerza de leyes. Cuando las leyes son principios casuísticos (se proponen resolver casos que pueden ser infinitos), terminan por intervenir en la vida diaria de ciudadanos que hacen cosas que por su naturaleza no son políticas: comprar, vender, crear, contratar etc. Cuando la legislación invade esos espacios y condiciona los precios, las transacciones, las formas de contratación, termina por favorecer a unos y entorpecer la libertad de otros, entonces los ciudadanos le juegan la vuelta a la ley. Esa decadencia de la ley es la principal explicación de la violencia, el abuso y la generalizada insensibilidad jurídica e indiferencia social de nuestro país.
8. Confundir y separar los medios de la sociedad con los fines últimos de la vida. Se desdeña la productividad y se confunde con el consumismo; se explica el consumismo y el despilfarro como si fuese equivalente a “ciencias económicas.” La ética de trabajo es ética del manejo de medios que son escasos, y ello mismo nos es útil para servir a Dios en los fines últimos de la vida o ética de fines. Dios no solo quiere que seamos buenos (fines) también quiere que nos conduzcamos responsablemente administrando los recursos en el trabajo (medios). Nunca separemos la ética de medios de la ética de fines.
9. Concentrarnos en hacer y no en pensar. Bíblicamente debemos definir qué significa la libertad y la responsabilidad para entender qué nos corresponde hacer. Dios no sólo quiere que hagamos algo, cualquier cosa, Dios quiere que hagamos lo que es recto. Las ideas que nos conducen a hacer lo que es recto son el fundamento de una vida moral. Aclararnos cuales son esas ideas es importante, por eso dijo el pastor John Stott “creer es también pensar.”