Guillermo W. Méndez (1955- ). Teólogo guatemalteco. Estudió en Guatemala y Estados Unidos. Maestría en Teología, Seminario Teológico de Dallas, 1982; Maestría en Ciencias Sociales UFM, 1994. Suma Cum Laude. Diploma de excelencia docente, Facultad de Ciencias Económicas, URL, 1995. Ha investigado sobre Derecho, Economía y Política. Autor de "Una vida con responsabilidad",(2005).
domingo, 20 de diciembre de 2009
La Biblia y la venida de Jesús al mundo
lunes, 7 de diciembre de 2009
La Biblia y los supuestos “eslabones perdidos”
La teoría de evolución asume con gran generosidad que los eslabones perdidos existen. Describe sus costumbres, herramientas y edades con gran naturalidad. La verdad es que nada sabemos de dichos seres porque se trata de 1. Unos pocos huesos de los cuales se proyecta la posible estructura total de un homínido; 2. Dichos huesos no son necesariamente humanos o por lo menos, no son necesariamente de un humano normal; 3. La apariencia de antigüedad no riñe con la idea bíblica de una creación madura, o con apariencia de edad.
Hombre de Neanderthal: Fue descubierto en Alemania, en el valle del río Neander, en 1856, cuando se extraía piedra caliza de una cueva. Cuántos huesos había en la cueva no importa ahora, lo que tenemos como evidencia de dicho “hombre”, son unos catorce huesos, incluida la calavera. Al estudiarlas se asume una actitud que para nada se parece a la medicina forense, en tanto se asume, con sesgo, que son piezas humanas en donde se requiere que lo sean y animales en donde se necesite esa conclusión.
¿Eran todos los huesos de la cueva de Neanderthal claramente humanos? No sabemos con certeza, pues podia tratarse de algunos huesos animales. La calavera difería de la del hombre actual, defecto que puede deberse al raquitismo u otra enfermedad congénita. En efecto, tenía unas marcadas “cejas óseas”, frente y barbilla hundidas y una dentadura de prominencia insólita. Razon por la que desde el principio se discutió si era un individuo con alguna afección ósea o realmente era un animal. El principal defensor de la tesis de un hombre primitivo fue el antropólogo francés Pierre-Paul Broca (1824-1880), cuyo criterio terminó imponiéndose.
Hombre de Cro-Magnon: En 1868, el paleontólogo francés Édouard Hippolyte Lartet (1801-1871) descubrió cuatro esqueletos humanos en una cueva llamada Cro-Magnon, razón a la que debe su nombre. El fechado con carbono 14, llegó a asumir unos 35,000 años de antigüedad. Se ha establecido que el hombre de cro-Magnon era realmente el mismo hombre actual, razón por la que algunos lo descartan como eslabón hacia una subespecie.
Hombre de Java: Unos 34 años después del neanderthal, el paleontólogo holandés Marie Eugéne François Thomas Dubois (1858-1941), que servía en el ejército, consiguió ser trasladado a la isla de Java. Tuvo una “suerte increíble”, pues en 1890, descubrió una bóveda craneana (o sea la parte superior), un fémur y dos dientes. El llegó a la conclusión de que se trataba del más primitivo organismo homínido hallado hasta entonces
Es importante notar que Dubois tenía la convicción de que los humanos primitivos se hallarían en donde estaban ahora los monos antropoides: en regiones de Áfríca y del sudeste de Asia. De modo que su llegada al archipiélago de indonesia, entonces colonia holandesa, no es casualidad, era un asunto provocado por su “olfato particular” sobre el tema. Resulta que tras llegar a una de las Islas, su "suerte" es tal que descubre al "hombre" de Java. El suponía ya de ante mano qué buscar y en dónde buscar lo cual le llevaría a concluir que lo hallado era un eslabon perdido.
Con cuatro huesos, se armó todo el Pithecanthropus erectus. Dubois llamó a ese organismo (mono-hombre erecto), pues el fémur era "lo bastante humano" como para suponer que el homínido caminaba en posición erecta, como nosotros. Si bien, la bóveda craneana revelaba "un cerebro del mismo tamaño que el nuestro", algunos discuten si era tres quintas partes menor. Asunto dificil de dilucidar con una fracción del cráneo.
No obstante, la popularidad de estos “eslabones perdidos”, debe reconocerse que cuando la evidencia no existe, aparece la antropología y la paleontología para salvar a los eslabones. Ellas les atribuyen artefactos, culturas y costumbres particulares. Gran imaginación proyectada con la sombra de unos pocos huesos, en complicidad feliz con la teoría de Darwin. Qué duda cabe que cuando se quiere creer en algo, no importa que, se cree. Por eso, la “educación” y la “ciencia” que enseñan a nuestros hijos, debe ser cuestionada.