jueves, 24 de marzo de 2011

La Biblia y el adiós a “Cleopatra”

Liz Taylor trabajó desde adolescente, afrontando la complicada vida del cine, con sus seducciones y permanentes ataques a la sensatez. Del lado optimista, la mejor descripción de la Taylor que escuché, en el contexto de su agitada vida sentimental, es que su gran amor era el lente de la cámara, ella amaba a la cámara y la cámara adoraba a Liz.
También se dice de Liz que era tan bella por fuera como por dentro, en el trato personal su belleza incluía a los demás en vez de alejarlos. Era una persona disciplinada en el trabajo, profesional a carta cabal, esculpida con el cincel de la responsabilidad desde muy joven. 
La muerte le rondo siempre, en el sentido hebreo, dígase que era perseguida por dolencias que eran como invasiones del reino de la muerte en su vida. Desde la caída del caballo, rodando la película National Velvet, con tan solo trece años, quedó permanentemente dañada de la espalda. Neumonías, ingresos a hospitales y otras tragedias personales fueron seguidas por la prensa mundial como si fuesen la trayectoria de los vuelos Apolo.
Tal fue la gloria de nuestra célebre “Cleopatra”, quien dijo a la prensa que tras la presentación de la película, la fuerza de las escenas la había hecho vomitar. Su personaje, precisamente entronca con los tiempos bíblicos. Resulta que a la muerte de Julio Cesar, en el año 44 A. C., Palestina cayó en manos de Herodes, el hijo de Antipater, gobernante idumeo sobre Galilea, apoyado por Roma. Esta se hallaba dividida internamente en disputas por el poder, por un lado, Cesar y por el otro, Casio y Antonio. Antonio y Cleopatra, la reina de Egipto, favorecieron a Herodes, pero eran el lado perdedor. Herodes tuvo que hacerse del apoyo del vencedor, Octavio, para no perder su dominio sobre Galilea. Este idumeo es aquel Herodes que quedaría en el poder hasta poco después del nacimiento de Jesús y que quiso eliminar al recién nacido niño.
Es posible decir que la vida de Cleopatra no fue ni tan gloriosa, ni tan glamorosa, ni tan adulada como lo fue la de Taylor. Cobró por esta película un millón de dólares, primera cifra de siete dígitos pagada a una artista. Cleopatra no tuvo ni tantos admiradores, ni tanta fama, ni tantas comodidades, ni tantos maridos como Liz. Cosas de Hollywood.
La muerte de Liz Taylor, la diva inglesa, ha dejado otro claro testimonio de que hombres y mujeres somos igualados por ese rasero que es la muerte. Somos “como la hierba del campo que a la mañana florece y a la tarde se seca”, dice el hagiógrafo.
La belleza es un don de Dios, y si bien no sabemos en que consiste, creo que algo tiene que ver con la personalidad así como con la atracción física. En la Biblia hay muy poco espacio para las superficialidades de la cultura del entretenimiento. Pero se menciona a una reina de belleza, bella por dentro y por fuera. Ester, cuyo nombre significa “esconder”, participa en un concurso de belleza para elegir a la esposa del Rey Asuero. Este corto libro sugiere que la presencia de Dios esta "escondida", actuando por medio de Ester, soberanamente en la historia para proteger a Israel, en medio de enemigos poderosos.
Liz Taylor, una mujer que no era particularmente piadosa como Ester, uso su belleza y fama para recaudar dinero para ayudar a los enfermos de SIDA, una causa noble pero mal entendida. Su generosa actitud puso en manos de la ciencia millones de dólares para encontrar la cura a una enfermedad que sufren muchos inocentes, así como otros que han jugado con su vida. Pero la compasión por la vida humana esta mas cerca de la actitud de Jesús que la de aquellos que celebran dicha enfermedad, actitud mas farisea que cristiana. Estos actos, ciertamente, ni ponen ni sacan a Liz del cielo, pero si nos enseñan una cosa muy hermosa. Que aun aquellos que censuramos como pecadores, son, a veces, desde un “escondido” ámbito de acción, mas compasivos y misericordiosos que los hijos de luz.  ¡Ciao Cleopatra!

martes, 15 de marzo de 2011

La Biblia y el terremoto en Japón

¿Es la tragedia de un pueblo una bendición disfrazada? Hace un año el terremoto en Chile evidenciaba que las buenas construcciones a penas soportaron el rugido de la tierra. Chile, sin embargo, lloró sus víctimas, se reconstruyó con enorme rapidez y luego sorprendió al mundo con el rescate de los 33 mineros. Ahora Japón, pueblo de cultura discreta y manifestaciones de dolor reservadas, que disfraza sus apetitos en la sofocante cultura del trabajo individual, sufre el terremoto de 9.0 grados con miles de replicas, un tsunami y agrega a sus males una cadena de posibles accidentes nucleares.
Teológicamente, no falta quien se pregunte ¿puede Dios juzgar a un pueblo por medio de tragedias? ¿Quiere Dios hacerlo? Para empezar, aceptemos lo obvio, Dios es soberano. Si creemos que ningún evento escapa el control de Dios, tendremos que aceptar que un terremoto o los accidentes humanos no toman a Dios por sorpresa. La Biblia afirma que si Dios quiere, el puede actuar así.
Pero en vena teológica, más importante es recordar que los ciclos de tragedia de la tierra son parte de la maldición que pesa sobre la creación desde la desobediencia de nuestros primeros padres. Ríos que salen de sus causes; lluvias prolongadas que inundan la tierra; tsunamis que asolan poblados y terremotos que sacuden las entrañas de la tierra, traen a la memoria del hombre, que ecológicamente, este no es el mejor de los mundos posibles, como dijera Voltaire, frente al mas destructivo terremoto de su día, el terremoto de Lisboa de 1755.
No suele ser cierto que todos los hombres respondan con fe frente a una catástrofe natural. El caso de Voltaire, removido de los hechos y observando desde Francia, acentúa su incredulidad frente a esa catástrofe de su siglo. En todo caso, es el remanente, el resto santo, el hombre piadoso, quien responde en fe, frente a las bravatas de la naturaleza. Para el resto lo sucedido sabe a tragedia nada mas con poco espacio para la fe.
El filósofo Tetsuró Watsuji, el Unamuno Japonés (1889-1960), decía que “cuando el hombre cobra conciencia de las raíces profundas de su propia existencia y la expresa objetivamente el modo de esa expresión no esta condicionado solo por la historia sino también por el clima”. Sin embargo, asumir el paisajismo es asumir no solo la nieve, los cerezos en flor y el sol naciente. Es también asumir la realidad geológica que asoló el espíritu de Voltaire.  
Ciertamente, usando estándares teológicos, Japón es una tierra de prosperidad castigada por el flagelo que va con ella, la indiferencia a Dios. Los dioses de estos pueblos prósperos no son esculturas, son la belleza, la inteligencia y el dinero. En los países “cultos”, la salud, la tecnología, el materialismo y el poder, tienen santuario propio. Por ello, si no podemos hablar de "castigos de Dios", teológicamente, hemos de admitir que se trata de culturas que relativizan al ser humano, lo usan como medio y se olvidan de Dios. Esa es la razón por la que Dios juzga a los pueblos. No por su tecnología, ni por su conocimiento, ni por los avances en sus niveles de producción. Dios juzga al hombre por lo que hace contra el hombre y por el lugar que da a Dios en sus instituciones y actitudes.
Japón, el país dedicado a la sismología, a la reingeniería de procesos, a las tecnologías, sea de la organización de los recursos humanos o de la producción, tiene tanto que enseñarle al mundo sobre el trabajo. Pero esa bella nación tiene también tanto que aprender del Dios que se revela en la historia y en la persona de Jesucristo.  Si Dios habla así a una nación que se encuentra en la cima de su desarrollo industrial, será un llamado de misericordia. Cuando la tierra brama y cuando no, Dios sigue siendo, igualmente, misericordioso en su llamada al ser humano. 

jueves, 10 de marzo de 2011

La Biblia y la interpretación de la esperanza profética

Mientras en Estados Unidos se libraba la batalla por los fundamentos de la fe, a principios del siglo pasado, las ramificaciones del debate se extendían a las diversas áreas de la teología. Una de ellas, la escatología, desarrajaba sobre el grado de literalidad con que se habían de tomar las profecías y promesas del Antiguo Testamento. Tras la insistencia en la interpretación “literal” de dichos textos, en el caso de los dispensacionalistas, hallábase la pugna contra la alegoría católica medieval y el racionalismo de las escuelas críticas alemanas del siglo XIX. George Ladd, por ejemplo, concedía el uso del “sensus plenior” que abría la puerta, precisamente, a la interpretación “espiritual” del Antiguo Testamento.
He hablado con suficientes observadores ajenos a la teología para saber que la palabra “literal” para ellos significa oscuridad y retroceso fundamentalistas. Una creación literal, unos milagros literales, una resurrección literal, un diluvio literal (universal), son todos rechazados con la misma vehemencia, ni mas ni menos que como lo manifestó el viejo racionalismo alemán. Por supuesto, lo literal es mucho más que la interpretación de un texto bíblico, es la condición básica a la comunicación humana. Acordamos los términos de un contrato con base a lo literal; damos una clase de filosofía entendiendo las palabras en su sentido literal; escribimos poesía, porque las palabras tienen un significado literal. No podemos eludir la literalidad por más etéreos que escojamos ser. Entonces ¿qué significa la interpretación literal en la Biblia?
Por literal entendemos que las palabras tienen un sentido gramatical. No es solo que están compuestas de fonemas y morfemas, sino que tienen una relación gramatical como sujetos, complementos, sustantivos, adjetivos y preposiciones. Esto lo tienen los primeros capítulos del Génesis así como las profecías del Antiguo Testamento. A ese uso nos referimos aquí por su sentido gramatical. Cuando el uso gramatical sugiere figuras, entonces la figura no se interpreta conforme a otra figura, sino se interpreta comparando la figura con el sentido literal que sirve de ancla al término. Por ejemplo, “Poesía eres tú”, posee un predicado nominal, un verbo, en este caso atributivo o copulativo, y un pronombre personal en segunda persona del singular que funciona como sujeto. Nada de esto traiciona la comunicación que se pretende, en donde "todo lo que el sustantivo poesía pueda evocarme de bello y bueno, vía la metáfora, me lo transmites tú". Esta interpretación "literal" no le ha hecho violencia ni a la figura ni a la realidad literaria tras ella.
Por literal también entendemos un sentido atado a la historia. Los vocablos tienen un uso dado en el tiempo y en el espacio, con sus implicaciones culturales, idiomáticas y lingüísticas propias de los grupos sociales que las usan. Por eso decir “Jehová es mi pastor”, otra metáfora, no debe sorprendernos si recordamos que eso fue escrito en una cultura pastoril mil años antes de Cristo. Pero más aun, el pastor no es un pastor de ovejas. Toda la ternura y cuidado que un pastor provee a su rebaño, dice el autor, es lo que Dios es para él. De nuevo, no hemos violentado ni la figura ni la realidad literaria tras esta interpretación "literal".
Quizá el problema hermenéutico mayor en el caso de la escatología se haya en que el Nuevo Testamento parece  culminar toda la expectativa mesiánica y nacional en la respuesta que Jesús de Nazaret es para los creyentes. El es el nuevo Israel, el nuevo Moisés y el resumen de todo el sistema sacrificial en persona. Esa es una propuesta que por dominante resulta riesgosa para el intérprete de la Biblia con poco discernimiento. Es ahí en donde viene al rescate otra forma de entender lo literal. Literal es también contextual.
Por contexto nos referimos al contexto literario y al contexto en el que se escribe el texto sujeto a interpretación. Por ejemplo, son ambos contextos los que postulan la idea de una promesa en el Antiguo Testamento. De la misma manera que ambos contextos rescatan la idea de un cumplimiento histórico de dichas promesas en el Nuevo Testamento. Vemos un par de ejemplos.
En el primer caso, Isaías 49 nos dice que Israel el pueblo, se sujeta a Israel el mesías, juntamente con los gentiles. Aquí el contexto literario profético no puede separarse del contexto histórico de esperanza, que demanda entender, en sentido llano, la promesa hecha por Dios de un rey que gobierna a la tierra. De la misma manera, la pregunta “¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”, una esperanza nacional,  o “arrepentíos… para que vengan del señor tiempos de refrigerio… la restauración de todas las cosas que el prometió por boca de sus santos profetas”, se afirman en el contexto literario de narrativa o de proclamación que no puede separarse del contexto histórico de la esperanza o de cumplimiento de la promesa nacional para Israel. De modo que  Pedro ve el cumplimiento de la promesa como una realidad que ha de suceder en el mismo ámbito histórico, y al mismo pueblo al cual él esta proclamando.
Por eso sugerimos que la interpretación de la esperanza de Israel y de la Iglesia se expresan mejor como la comprensión gramático-histórica, contextual de los pactos y promesas del Antiguo Testamento. De paso, también sugiere que quienes descartan la interpretación "literal", que no se refiere a otra cosa sino a lo dicho aquí, no tienen la menor idea de a qué se oponen.

jueves, 3 de marzo de 2011

La Biblia y su interacción con otros saberes: ¿descripción o prescripción?

Esta breve discusión es sobre el papel de otros saberes frente al mensaje de la Biblia. ¿Qué significa que la teología interactúa con otros campos del saber? La preocupación principal de quienes llevan a la Biblia a interactuar con otras disciplinas es la de “rescatar el mensaje de la Biblia” del supuesto presente ruinoso o atrasado en el que se encuentra. Esta condición es muy antigua y puede incurrir en el sesgo de explicar la Biblia exclusivamente en términos de una disciplina del presente.
Por ejemplo, Jesús fue recreado a la imagen de los profesores universitarios alemanes de tiempos de la Ilustración (D. F. Strauss). El intento filosófico de replantear el mensaje cristiano desde el mensaje existencialista de Heidegger (R. Bultmann) fue popular en el siglo pasado, así como lo fue recurrir a la noción del personalismo de Buber (Levinás) para el mismo fin. Las teologías de la Liberación se proponían rescatar en la Biblia, la lucha de clases y su poder liberador popular, para refundar el cristianismo en términos de la teoría sociopolítica marxista (G. Gutierrez). En cada caso lo que aflora es la tensión metodológica entre describir el mensaje de la Biblia o prescribir soluciones contemporáneas.
Es notable que entre teólogos prevalezca la crítica política de izquierdas frente a la productividad humana, el trabajo, el intercambio y la legislación. Todo intento de buscar en la Biblia las pistas teológicas del trabajo, de la teología de la productividad, de la propiedad personal o familiar, de la responsabilidad y de la antropología realista que desconfía de entregar mucho poder a un ser humano son consideradas preguntas ilegítimas. Es mas, se cree que esas preguntas encarnan una opción política.
Profundicemos en este ejemplo. El siglo XX fue el siglo del socialismo y quienes nacieron en el no podrán desembarazarse de su marco de ideas como la única forma válida de pensar la vida en sociedad. Confundir el aporte de la antropología solidaria del hombre del Antiguo Cercano Oriente, con el solidarismo socialista decimonónico es algo común, aun para mentes muy privilegiadas. Un buen amigo, teólogo evangélico, insiste en defender el socialismo porque para él, es la visión de la Biblia y de Dios. Anacronismo imperdonable porque el solidarismo socialista nace del humanismo secular del siglo XVIII, se concreta en la promoción de la prosperidad material y, filosóficamente, esta emparentado más con Hegel y su visión masificadora del hombre que con el existencialismo “cristiano” de S. Kirkegaard. Esa visión, poco cristiana, no puede ser prescriptiva ni en Gutiérrez, ni en el primer Barth.
¿Es legítimo pensar en términos no socialistas los temas económicos? Eso hizo la ilustración escocesa de raíces protestantes. Para los protestantes la respuesta es que lo legítimo es descubrir qué dice la Biblia. Esa es una clara opción por lo descriptivo por encima de lo prescriptivo. Quizá uno de los puntos menos estudiados, teológicamente, sea precisamente el de la libertad humana.  Al abordarla, la tentación ha sido verla con los lentes de la Revolución Francesa. No es el Dios que da a los primeros padres libertad, aun para desobedecerle y causar gran ruina sobre si, la creación y la historia. Interesa la libertad colectiva entendida como el fin de la monarquía, sin percibir que esa “libertad del pueblo” no significa nada a menos que se pueda disfrutar en el plano personal. Libertad y responsabilidad van unidas en la Biblia porque son entendidas siempre en el plano personal, y subsidiariamente en el plano nacional.
En la Biblia, los reyes y los hombres, nivelados por la ruina de su desobediencia, reflejan que la colectividad no tiene libertad, pero el hombre de fe si.  El pueblo no responde a Dios pero el justo por la fe vivirá. Los pecados de los padres no pueden cargarse sobre los hijos dirán, en tono similar, Moisés y Ezequiel. Además, se sugiere como perverso el uso que el monarca hará de hijos, propiedades y posesiones de la persona.
Es muy cierto que tampoco se puede prescribir ni imponer el liberalismo clásico, o su versión austriaca sucedánea sobre la Biblia, pero no parece ilegitimo preguntar sobre la teología de la productividad en Proverbios, la ética del trabajo en Génesis o en la ley; la desconfianza sobre la justicia humana sin pesos ni contrapesos en los profetas; el siervo diligente, la parábola de los talentos o el fracaso de la distribución de bienes en Jerusalén. ¿Será posible ver en Levítico 25 una compra-venta de tierras con reglas para su adquisición? Esas son solo algunas de las preguntas al texto, cuya validez depende de acercarnos a él sin respuestas anticipadas ni conclusiones preconcebidas. Eso es optar de nuevo por lo descriptivo en un ámbito en el que las conclusiones deben ser siempre bíblicas.
Siempre que hago estas observaciones se lee en ellas más de lo que dicen. Inmediatamente viene la respuesta “pero el capitalismo es materialista, indiferente a Dios y el liberalismo fue anticlerical”. Si, pero simplemente respondo, yo no estoy hablando de estudiar la historia del capitalismo. La historia del progreso humano es otra cosa; estoy hablando de estudiar la Biblia: la libertad en la Biblia, la justicia en la Biblia, el trabajo en la Biblia, el emprendimiento diligente en la Biblia, etc. Lo demás, que quede para una página diferente y no para este blog. No se trata de prescribir soluciones contemporáneas sino de estudiar e interpretar el texto. Quizá ayude leer de nuevo a los ilustrados escoceses, por sus raíces protestantes.